ALFRED
Autor: En construcción
Dedicado a: Oximetolone 10MG
El Estudiante “Yo soy un vicio más, (…) Por qué no me dejas” (Anterior autor Charly García, nuevo autor Alfred Tabac.
Esa mañana Alfred tomó conciencia que inexorablemente iba a morir, cuando se miró en el espejo se quedó en suspenso, casi perplejo, sin poder entender lo que estaba viendo en su rostro, la primera arruga, su vida pareció desplegarse en una serie de imágenes que a gran velocidad se desarrollaban en su mente, mientras de manera mecánica se frotaba la arruga que surcaba su ojo izquierdo como queriendo borrarla. En un momento todo se detuvo, su mano dejo de moverse, sin que él se diera cuenta, como petrificado ante lo que estaba viendo, luego de un par de minutos volvió a mirarse en el espejo prestando atención al color de sus ojos, que su novia siempre le repetía con ternura:
- Tus ojos son verdes.
Para Alfred esto fue un gran hallazgo, lo había descubierto a través de ella. Sin poder darse cuenta que el reloj anunciaba las nueve y era momento de ir a la facultad a rendir un examen final para el cual se estuvo preparando casi cuatro meses, leyendo diversos textos y tomando apuntes, mandándole interminables mail a la titular de cátedra, consultándole diversas dudas. Pero en ese preciso momento todo había cambiando, se dijo a sí mismo confuso y aturdido frente al espejo:
- Un giro copernicano.
No paraba de moverse de un lado al otro, miraba sus nalgas moradas y las protuberancias por los pinchazos que se daba en el cuerpo, en un momento se asoma afuera del baño y ve que los libros están tirados junto a unas mancuernas, se toca la cabeza y siente un dolor punzante, lo invade la clásica angustia de la abstinencia. Vuelve a mirar hacia fuera, esta vez gira su cabeza al lado izquierdo de la pared, donde están colgados sus diplomas de los distintos congresos y simposios a los cuales fue como expositor, todo parece perder sentido, como si entrara en un gran pozo negro, frase bastante trillada por cierto. Luego de la euforia que siempre mostraba en las cátedras por la cantidad de libros que llevaba, al punto de exceder el programa estipulado, adelantándose tres o cuatro clases y entregando un mes antes de la fecha prevista los trabajos prácticos. Distintos profesores presenciaban este tipo de espectáculo y la pregunta se repetía una y otra vez en cada cátedra que Alfred pasaba:
- ¿Con qué te estás dando?
Él nada más respondía:
- “Con nada” tapando su deseo de golpearlo al punto de matarlo, dado que el elipsis de la vida como Alfred lo llamaba le movía bastante las hormonas, además de ponerlo en un estado pleno.
El problema aumentaba, si iba a rendir el final ni siquiera su nombre iba a poder modular, a su vez esa arruga era un mal presagio, su condición seguía siendo compleja. El cuerpo de Alfred cambiaba de manera rápida, durante unos meses estaba musculoso, sus venas sobresalían de su cuerpo, y otros meses estaba flaco, como decían en la jerga del gimnasio, estaba filtrado, no hacía falta mirar con detenimiento, cualquiera podía darse cuenta que su cuerpo estaba en una inercia permanente, como Alfred se decía a sí mismo:
- Vivo convulsionado, en un estado de permanente alerta.
Salió del baño y se acercó a uno de sus libros que para él era el emblema de su vida: Vigilar y Castigar de Michel Foucault, recapituló en sus pensamientos por qué una persona que estudia letras llega a tomar anabólicos, y ahí recordó, era una manera de escapar al discurso médico, al control de los cuerpos, dado que los esteroides los conseguía de manera ilegal.
Prende el televisor y ve a un hombre haciendo ejercicio con un cuerpo voluminoso, se siente aturdido y se da cuenta que era preso de otro discurso aún más controlador que el anterior, el discurso de la estética, casi en un grito dice mirando el libro y girando su vista otra vez hacía la pantalla del televisor:
- Fui brutalmente engañado por el lenguaje.
Ya no era una persona, sino un conjunto de palabras huecas, sin sentido, la lectura inocente de sus primeros años ya no existía, y odiaba a su novia porque ella aún podía sentarse a escribir confiando en eso que llaman inspiración, una y otra vez trató de destruirla diciéndole que lo que escribía era una corriente gastada, que el romanticismo ya estaba automatizado, que estábamos en el fin de la originalidad. Alfred le traía los libros del formalismo ruso, para que ella dejara de escribir y se diera cuenta mediante las bases de la ciencia literaria que lo suyo estaba destinado al abismo, pero ella no se detenía y él caía en la locura.
Miró otra vez a la biblioteca y recordó que su hermano era el responsable de que él se transformara en un estudiante de letras, y su bronca creció. Incluso pensó cómo podía ser que después de tantos años de consumir esteroides su cabeza aún funcionara a la hora de estudiar, y cayó en la cuenta que era pura inercia, sus neuronas estaban quemadas, por eso todas las noches su voz se quebraba y el pulso le temblaba, sólo era cuestión de tiempo para que quedara en la oscuridad, no le pareció tan malo, dado que es una buena manera de suspender el lenguaje, ya no iba a ser preso de un lenguaje que estaba completamente desligado de las cosas y de las personas, en definitiva el lenguaje lo atravesaba, lo humillaba y hacía de él un payaso que repetía todo lo que su momento histórico le permitía; Alfred se dijo:
- Todos deberíamos callar, para que el lenguaje se termine. Pero otra vez se dio cuenta que el silencio era otro discurso y tirándose al piso con las manos sobre la cara se dijo:
- No hay escapatoria.
Luego de una hora se incorporó y fue hasta la alacena, tomó una ampolla de sustanon y una jeringa, se descubrió la nalga derecha y buscó algún lugar que estuviera sin pinchar, tarea bastante difícil dado que ya no había ningún espacio, o casi ninguno, metió la aguja hasta dentro de la carne y mientras introducía el líquido aceitoso que le generaba un doloroso placer se decía a sí mismo:
- ¿En qué momento el lenguaje se curvó, se desligó de las cosas y de nosotros mismos?
Se sacó con violencia la jeringa y notó que su nalga comenzaba a sangrar, sin perder tiempo apretó la zona afectada con la yema de los dedos y se repetía una y otra vez con una pasividad controlada:
- Si no fuera por los turros vanguardistas, maldito Oliverio Girondo y Maldita la Masmedula, como permitieron la desaparición del autor, borrar los márgenes, y suspender el significante, hay que terminar con el ser del lenguaje. Si no fuera por la primera y segunda Guerra Mundial nada de esto hubiera pasado, pero todo estalló en pedazos, vivimos fragmentados, y por culpa de esta situación yo soy presa de los libros y los anabólicos.
Cuando se acercó al reloj se dio cuenta que ya era tarde para ir a rendir el final, sabía que la profesora se disgustaría, dado que la consultó hasta el hartazgo y tuvo el atrevimiento de decirle que se iba a caer de culo cuando viera el tema final que le tenía preparado. Recordó que ya le había mentido una vez diciéndole que le habían operado el cerebro. Este tipo de acciones contribuía según Alfred al mito del estudiante guitarrero, y él estaba en el primer puesto en su carrera.
Iba de un lado al otro de la casa, las imágenes con su novia le venían a la cabeza, ella siempre se sentaba sobre sus piernas lastimadas, y por las noches Andrea no era consciente del peligro que corría al lado de Alfred, dado que por las mañanas se levantaba muy estimulado con una píldora de efedrina que se tragaba entera sin siquiera bajarla con agua, pero por las noches cuando el efecto se difuminaba sentía un cosquilleo en la parte de arriba de su cabeza, y muchas ganas de golpear al primero que estuviera delante de él, en este caso era el momento que estaba solo con su novia, nunca le hizo nada pero la idea le rondaba en la cabeza, y le perturbaba.
Sentado en el sillón, completamente desnudo y con las piernas abiertas viendo como el sol se filtraba por las pequeñas rendijas de la persiana, observaba como su pija crecía de tamaño, y recordaba aquellas dos profesoras de la cátedra de Argentina: Elisia Calaberti y Mónica Buenoli, tortilleras de primer orden, eran famosas porque alumno que no le chupaba la concha a las dos viejas era desaprobado, la frase se repetía a lo largo de todo el complejo universitario: “o te encamas con las viejas o no te recibís en tu puta vida”. No quedaba más remedio, la nota era evaluada según el tiempo de duración del alumno, y la cantidad de orgasmos que se dividía entre las dos, de ahí se promediaba la cursada.
Alfred se decía a si mismo mientras se acaricia la cabeza del pene:
- Donde hay poder, hay abuso, es así, y estas minas son unas vanguardistas de mierda.
Otro aspecto que lo angustió fue el haber tenido la nota más baja de la cursada de Elisia y Mónica, nada más pudo aprobar a regañadientes, arañando la cursada. Recapitulaba, trataba de despejar su mente, buscar algún indicio que lo ayudara a ver donde estuvo el error, a ambas les dejó el culo como una berenjena, pero en ese instante su cabeza se iluminó y entendió donde estuvo la falla que lo llevó a verse en la lista publicada en la cartelera de División Alumnos con la nota ¡cuatro!. Fue en el momento cumbre, cuando las viejas gritaban de placer, a una le había metido la pija hasta dentro y a la otra no paraba de masturbarla, solo fue una frase la que hechó a perder una buena nota, no sé si un diez, pero un nueve seguro, fue cuando dijo en tono de triunfo:
- Griten, griten como chanchitas…
Aparte lo que más le indignaba a Alfred es que tanto Elisia Calaberti como Mónica Buenoli, por la edad avanzada que tenían era muy difícil lograr que se humedezcan, todos los alumnos que habían cursado en sus clases tuvieron que recurrir a la vaselina o algún tipo de gel lubricante, pero Alfred había logrado una cascada en sus conchas, que más que conchas parecían alpargatas viejas.
Siente las piernas dormidas, sabe que ya es tarde para ir a rendir el final, y sólo recurre a frotarse los gemelos; hace cinco años que tiene el deseo de escribir aunque sea un cuento corto, nada más que eso, y sabe que si no lo hace en poco tiempo morirá, la arruga es una alerta, la enfermedad está cerca, no hay vuelta, Alfred no es un hombre que está preparado para envejecer.
Esa noche cuando llegué a su casa, noté que algo andaba mal, todo estaba cerrado, por suerte él me había dejado una llave, cuando entré lo vi tirado en el piso, parecía como si se hubiera revolcado sobre los libros que se encontraban desparramados, estaba muerto. Yo sabía muchas cosas de este chico, desde el primer momento que lo empecé a entrenar supe que era un caso perdido, conducta adictiva a toda sustancia, presencia altamente ridícula, en pocas palabras un pobre enfermo, por suerte yo no soy una persona de sentir lástima por nadie y desde el instante que empezamos la rutina con pesas me dediqué a maltratarlo sistemáticamente, eso me producía placer a mi y al él, éramos un buen equipo. Había logrado engañar a toda una universidad, incluso al padre le hacía creer su pasión por los libros, hay que reconocer que era bueno inventando todo tipo de artilugios, pero a mí, El Amateur como me llaman, porque mi nombre en verdad es Raúl…En pocas palabras ese chico no pudo conmigo, yo lo conocía bien y logré liberarlo de su sufrimiento, descansa chico, descansa, ya todo terminó.
No sé quien es el que narró esta historia, pero yo no fui, sólo conté la parte final, ahora si me puedo poner mi gorra, tomar mi bicicleta y salir de este lugar. Silvia y el resto de mis alumnas amantes me esperan en Gim Oro.
FIN (Nunca Serás Mister Olimpia)
Otro epígrafe:
“No prendas la luz
Tu imagen te desfiguró”
Creo que es de los
Redonditos.
Perdón a los del Departamento de Letras
Lo puse donde tuve ganas.
Este sí es el autor: Ezequiel Cámara
Ezequiel Cámara (Argentina).
domingo, 25 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario