VESTIGIOS
Poema a todos los secuestrados
¿Qué espíritu habita mi soledad e invade mis sentidos? Raíces de fuego que horadan la tierra y hacen sentir la furia del silencio.
Mi pecho se comprime y explota sobre las montañas del cielo. Es un deseo y dolor repetido, es la necropsia de un pasado que se abre tortuoso y sangriento.
Es la última gota, quizá la última lágrima, la expiración de un quejido que se acrecienta invadiendo la piel. Desembocadura frágil del río de mis pensamientos cuando invoco tu nombre:
Muerte
Trato de penetrar en tu sueño, de comprender tu deleite. Trato de saber donde terminará esta angustia, este dolor pútrido que se agiganta con el paso de los días: como será el remate final, la última esperanza de vida, en quien pensaré a quien invocare. Deleite y soledad, mezcla inexorable de un sentimiento que como una bandera destrozada hondea sobre el asta de mis sueños. No pretendo escribir sobre mi vida, ya que no la tengo, mas sí sobre los harapos de una emoción que se extiende a la humanidad cuando la soledad invade con su tea sanguinaria la melodía del ser y su silencio.
Tengo miedo de la noche acechando mi cuerpo, dejando una marca inexpugnable en mi pensamiento. La luna se niega a acompañarme, sabe que traspasar los límites es dejar que la jauría del miedo invada cada milímetro, sondear las estepas de un continente inexpugnable demarcado con los vestigios de una cultura en decadencia, que se debate entre el ser y la nada, como una horda de guerreros en busca de sangre. Conciliar el presente con el pasado es trasmutar la alegría en dolor, es revertir la esencia de un sendero donde gravitan los recuerdos.
Civilización que gime, crepita, ahonda el abismo dejando tras de sí una leyenda que sin dejar rastros marca la diferencia: hastío y desprecio.
El ser nos ha sido dado, revertiendo la grandeza, desconociendo la magnificencia,
un universo creado como signo de poder.
Arcilla enmudecida, con voz de trueno (la voz del hombre es un engaño) que devasta la primavera con su estío y su dureza.
Arrasador e implacable somos la selva que cae, como vestigio de una civilización que agoniza.
¿Qué espíritu habita mi soledad y mis sentidos?
¿Quien me invade?
Fuego de cenizas sobre la tierra, ante el turbión, ante el cataclismo que se avecina.
Soledad y destrucción,
blanca entrega en llamas
ciego impulso de un mundo que agoniza.
Gildardo Gutiérrez Isaza (Colombia).
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