El silencio es un misterio, un tiempo
dentro del tiempo, una búsqueda, un placer secreto de dioses secretos... Y cruzaron el patio de los vuelos, se
sentaron en un rincón del tiempo, hablaron de sueños, delirios, follajes;
montañas que crecían como crecen las olas en el mar agitado. Fueron el silencio
a ratos, miradas perdidas o abrazadas más allá de la cordura, esa cordura
irremediablemente perdida. Todo pudo ser un espejismo, una de esas imágenes que
llegan desde el espejo y nos convocan a viajar, volar, soñar; un espejismo
deseado, ansiado, reclamado...
Una larga pared de voces, de manos, de
huellas milenarias se alzaba entre ellos; un viaje posible o prohibido; a ratos
sus manos se rozaron, casualidades del misterio o quizá sólo ganas de tocarse.
Ella preguntaba y quería oír, él narraba y quería decir; un sueño repentino,
una despedida, un beso de hambre, de sed, de urgente reclamo; una replica
desbordada de labios, lenguas, gemidos, susurros... Un sueño fugaz, un destello
en el crepúsculo cuando todos los cuerpos son sombras que se extienden en
laberintos y pasillos.
Entonces, la virtud de los rapsodas, de los
que siguen huellas infinitas, de los que descifran flores y pétalos y remansos;
definitivamente es el silencio, pero no aquél silencio de la traición o el
descaro sino aquél solemne silencio de las mañanas y anocheceres, el silencio
que antecede a un combate y luego es llama de barricadas. Ese silencio de
amantes, de cuerpos abrazados más allá de la cordura porque ésta guarda
silencio; un silencio de susurros y caricias, besos como versos, de sexos
húmedos y calidos, de colores y rubores... Silencio, silencio, silencio...
En silencio frente al espejo, una ciudad que despierta, dos cuerpos que
se abrazan... Todo lo demás es magia...
Víctor E. González (Chile).
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