sábado, 27 de agosto de 2011

VÍCTOR E. GONZÁLEZ

A LA MEMORIA DE ARCADIA Y CHARLES…

In memorian
Arcadia y Charles

“Era su rostro antecediendo las palabras lo que lo hacía infinito; era su voz susurrada, a penas un aliento en cada frase lo que lo hacía mágico. Lo conocí una tarde de mayo del año 1980, nos hablaba de la vida, de los tiempos futuros, de la historia que se hace ganándole a la historia; caminamos estas mismas tierras, pasajes, rincones. Se sentó en nuestras mesas, compartió nuestras noches.

Demasiado generoso para ser sólo un combatiente. Demasiado bondadoso para ser de este mundo. Mis amigos y yo quedamos fascinados por la personalidad sencilla de Gaspar, nuestro compañero de entonces con quien conocimos mucho más de la lucha clandestina y sus auroras libertarias…

A veces la fortuna nos abraza y eso sentíamos nosotros cuando Gaspar nos abrazaba, sentíamos ser afortunados por estar allí, en ese tiempo-espacio de la vida compartiendo esquinas y sombras con él….

En algún instante él partió de nuestro lado, fue que llegó Victoria. Él estaba en otras misiones, libró otros combates, venció mil veces a los infames, derrotó mil veces a las bestias y su voz susurró palabras serenas y quietas ¡hemos vencido compañero!...

Una triste mañana de junio del año 1981, con tan sólo 25 años de edad, supimos que nuestro hermano había caído en un enfrentamiento con la CNI; su nombre era Charles Ramírez Caldera: Gaspar….”

La memoria, como componente ineludible del sueño, se vuelve entonces vital, radical, subversiva; no es posible “la memoria” si no hay disputa del espacio de la memoria.  Es decir, hay memoria cotidiana ahí donde la guerrilla cotidiana no posibilita olvido ni derrota...

“Las calles eran las de siempre, las esquinas, los semáforos, cada casa en su lugar de casa, los perros callejeros. Jóvenes caminando distraídos o quizá sólo refugiados en sus pensamientos de jóvenes. ¿Cuántas veces haremos este camino compañera Victoria? Las que sean necesarias para que todo salga bien, compañero. Dijo ella. De figura pequeña, morena, ojos dulces, serena, sencilla y temeraria. Él, aún aprendiendo, descubriendo, imaginando…

Recorrieron estas calles, estos bastiones embellecidos por los años; recorrieron estos sueños, estas emociones desbordadas por los años.

Así planificaron aquella operación, tal vez la más audaz imaginada para esos tiempos, transcurría el año de 1980. Llevaban en sus bolsos panfletos, revistas “El Miliciano”; llevaban alegría en sus miradas, sería la primera cita con el destino; la historia tomaba nota, ella cuidaba los detalles.

El centro de la plaza estaba repleto de jóvenes estudiantes, alguna vigilancia militar era posible apreciar de vez en cuando, muchos pacos por cierto, un tumulto de personas esperando micro… Todo parecía más sencillo sin embargo sudaban las manos.

Una caja, cuatro rebeldes, muchos corazones agitados; la tarde noche se dibujaba generosa en estrellas, sería septiembre, más allá de los edificios se asomaba la luna. Y ésta se reflejaba en la mirada de la compañera embelleciéndola aún más.

TOMAS, GASPAR, NINO, AQUILES, VICTORIA….

Secretos, clandestinos, leves, fugaces, soñando otros tiempos; buscándose en sus versos prodigiosos. La ciudad camina y no les ve; están allí, mañana serán otros y luego vendrán más; son como la lluvia incesante del sur, como el mar besando playas y jugando con los niños….

Están ahí, lo hacen: una caja, una radio, unos volantes que se elevan por los aires, una voz: ¡¡Al pueblo de Chile, trabajadores y estudiantes, les habla la voz de la resistencia armada, somos las milicias combatiendo contra el tirano…!!

Luego caminan estas calles en su regreso emocionado; lo hicieron, estuvieron allí y lo hicieron. Caminan serenos; ella mucho más que ellos; se ve linda, iluminada por la luna, su nombre no lo supe hasta mucho después, cuando cayó enfrentando con furia a sus enemigos: Arcadia…

Nombre de leyenda, de maga, de promesa, de mujer que combate y defiende sueños y conquista cielos, que vuela aún después de estar herida de muerte. Arcadia, tan simple y breve su nombre para tan magna y valerosa compañera…”

Víctor E. González (Chile).


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