viernes, 29 de agosto de 2014

MARCELA RODRIGUEZ V.


DESPEDIDA

Recuerdo la última vez que te vi cuando te dejé aquella tarde.
Lo único que quería era verte feliz y la verdad
te has puesto de pie frente a la vida y a la adversidad.
Sé que cada día tiene su afán y es una lucha constante,
y tú sigues ganando batallas mirando siempre adelante.
Creo que mi rol ya terminó, que ya es hora de dejarte,
sé que no estás solo, que alguien a tu lado está y que te ama
como un día te amé yo y como tú me amaste.
Te expreso mi sincero homenaje
combatiente de la vida y de los sueños,
también a los que cayeron, a los que están de pie,
a los que marchan, a los que escriben
y principalmente a ti, que sigues tu rumbo sin mí.
Me quedo con el pasado, con lo hermoso y con lo triste,
con la lucha victoriosa y con las derrotas,
con las calles y con los parques que recorrimos,
con el amor, con los proyectos inconclusos,
con lo que somos, con lo que fuimos.
Hasta siempre leal compañero, hasta siempre.

Marcela Rodríguez V. (Chile).

VÍCTOR E. GONZÁLEZ


UN CUERNO DE CAZA

El tiempo memorial es aquél que habló de ciudades, barrios, caseríos, lugares sempiternos… catedrales ancestrales, casas clandestinas, poetas y astrónomos cautivando universos, estrellas, llantos infantiles, sueños. Desde sus balcones perennes era posible seguir el día, ser al modo del mundo los mundos; allí todo convergía en sombras solemnes, mágicas.

Todo era coral, multitudinario en un crepúsculo sereno de amantes y amores proscritos. Todos los puntos cardinales en el centro de una plaza; la totalidad de la existencia entre pasillos y puertas multiplicadas en umbrales y geometrías. No siempre el tiempo fue este tiempo, hubo otros, muchos, varios, infinitos; hubo tiempos del fuego, de la piedra, de los cristales y sus reflejos. Tiempos del hierro, de las sombras conjuradas por los sueños. Tiempo de marchas y marchantes, de batallas hermosas y sublimes, de amores peregrinos y rebeldes…

Antes de ahora he sido todo y nada; una sombra lacerada por el frío, unos pasos extraviados en otros pasos; He sido un secreto combate o una quimera de cantos y cuerpos y banderas; he sido una charca, un puñado de tierra, un juego de niños, un volantín perdido en los cielos…

Libertario he sido o sólo una cadena, un grillete en mis pies. Una consigna gritada en coros infinitos. La fuga he sido, el retorno eterno, un abrazo, quizás un beso, una lágrima, una gota de sangre…

He sido un trozo de cristal azul y he sido los fantasmas azules de toda historia; fuego he sido, piedra, disparo certero, rabia, furia, asalto…

Tal vez he sido un despertar, unos caminos dibujados a mano, huellas, pasos, lluvia sin duda; golpe de piedra, fricción auroral, ocaso cada vez y luego otra vez palabra, silencio, un cuerno de caza que me llama, y vuelo, salto, me desespero.

Golpe, fricción,  embestida, una piedra sobre otra piedra, llamarada, dolor y tristeza, un café que se enfría; un tren que me olvida, un amor que me olvida, una tierra que me olvida… secreto, clandestino, proscrito, relegado, exiliado, en la ciudad y sus sueños…

Percibí la agonía del tiempo en mis manos cansadas; dibujé la guerra implacable en mis labios, fui un espejo negro; un rayo, una marea infinita de llantos que luego fue amor leve y fugaz…

Tantas cosas he sido y parece que el tiempo no se agota; rebelión, barricada, consigna, un beso antes de la muerte…

Un trozo de carbón, una piedra de cobre o plata, montañas de sal, pequeñas barcas con sus navegantes impenitentes; arcilla, barro, tarde, noche;  todo es posible cuando los pueblos sueñan…

Derribar los muros, aplacar las infamias, arder de hierros incandescentes para aplacar las bestias; mezclas incendiarias. Magia del fuego y los pueblos… los pueblos, aquellos cotidianos seres, esos de largos silencios, desprovistos de la palabra, a veces sometidos, muertos en el anónimo ejercicio del imaginar. Todos aquellos hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, campesinos añosos de tierras vetustas, obreros soñados en el despertar del mundo, los cotidianos seres de las ciudades, los pobladores de quimeras… se despiertan un día de la larga noche, se sacuden la niebla que los envolvía y abren sus bocas colmadas de versos iracundos. Entonces marchan, encienden fogatas en los llanos, se olvidan de olvidar y reclaman lo de costumbre: tierra, pan y libertad….

Al modo del silencio, en el origen de la vida, acontece la pregunta sin respuesta; luego se suceden las lluvias, la espera, el tiempo que transcurre en soles y lunas. Todo parece infinito, continuo, eterno.

La urgencia de los pueblos puso en pie montañas, monumentales esfinges aún no creadas; a lo largo de la vida  los otoños precedieron primaveras y luego los campos embellecidos de colores y formas tejieron la memoria de los seres. ¿Cuántas veces creímos ser libres y sin embargo no lo fuimos? Sólo una palabra soñada en mil lenguajes, escrita con trazo urgente, imaginada en vuelos, en travesías magnificas por los siete mares de la historia.

Un silencio esencial preñado de ecos, desbordado de ansias y huellas; batallas más allá de las fronteras conocidas; un amor secreto en secretas esperanzas. Silencio de epifanía, de iracunda verdad proscrita. Algo acontece más allá del lenguaje y entonces somos una lagrima, un beso, una caricia, un rayo enceguecedor;  pareciera entonces que somos la ausencia, la imposibilidad del tiempo ya sin tiempo. Todo va más de prisa que mis pasos… 

He sido un trozo de cristal azul y he sido los fantasmas azules de toda historia; fuego he sido, piedra, disparo certero, rabia, furia, asalto…

Tal vez he sido un despertar, unos caminos dibujados a mano, huellas, pasos, lluvia sin duda; golpe de piedra, fricción auroral, ocaso cada vez y luego otra vez palabra, silencio, un cuerno de caza que me llama, y vuelo, salto, me desespero.

Tantas cosas he sido y parece que el tiempo no se agota; rebelión, barricada, consigna, un beso antes de la muerte…

Víctor E. González (Chile).


SHEINA LEONI HANDEL


LOS SUSURROS DEL SILENCIO
 
La noche cae silenciosa
se siente el recogimiento
sólo flotan en el aire
los susurros del silencio.
 
Susurros que vuelan libres
pero que no tiene dueño
y entre nubes de nostalgia
se entremezclan con los sueños.
 
Se oye el canto de los grillos
y el péndulo de un reloj,
las hojas cuando se mueren
como susurros de amor.
 
Ya la noche se retira,
deja paso a la mañana
los susurros de la noche
abren las puertas del alma.
 
Bullicio en la madrugada,
ruidos que son diferentes,
las bocinas de los autos,
las pisadas de la gente.
 
Los susurros del silencio
finalmente se han marchado
no faltarán en la noche
como fiel enamorado.

Sheina Leoni Handel (Uruguay).


ANTONIO GUSTAVO MACERA


MIS MANOS (DE NOCHE)

Mis manos suelen dormir abiertas
y ebullentes como olas,
como una red abarcando
noches y nombres y peces,
o como casa sonora y vacía
o como voces y cartas
surgiendo de un libro abierto.

Así se extienden mis manos de amante.
En ellas llevo una sed reunida,
un amplio vaso como el mundo,
un ser dando gritos,
una inmensa selva de besos extremos.

Dejo que se alimenten de sal,
de océano, de licor ebullente,
y sin embargo en mi mesa
persisten esperando hambrientas.

En ellas conservo las trasnochadas cartas,
las rojas palomas hechas de sangre,
y la extraña rosa de adiós
aún surgiendo de la inevitable
forma de mis manos.

Antofagasta, Junio de 1989

Antonio Gustavo Macera (Chile).

Extracto del libro: “Con el Corazon Lleno de Flechas” 1987–1992
© Todos los Derechos Reservados.
N° de Inscripción 204975 del 06 de Junio de 2011, Santiago de Chile.


GILDARDO GUTIERREZ ISAZA


CATACLISMO

Avizorando el tiempo como la caja de pandora,
resguardando la expiración bajo el amparo del silencio
navego en tu piel, urdiembre de mi sed, avatar de mis deseos.
De aquel augurio casi místico y soterrado
que emerge paulatinamente hasta llegar a mi boca
he presentido la desventura.
¡Cataclismo!
Grita el viento abriendo sus manos en círculos concéntricos,
mientras mi sangre fermentada como lava
se estremece y hondea llena de deseo al sentir la punta de tu lengua
afilando el sendero donde cortarás en cruz mi pecho
para luego morir.

Quiero poseerte, tenerte más que en mi piel,
o en la bóveda de mis manos;
Más allá de un simple acto de lujuria
(Homilía ancestral de la profanación),
eso sería poco o nada,
quiero poseerte
más que en el suave contacto de la piel con la piel,
curtimbre de un sueño que se evapora cuando voy descendiendo
y ascendiendo como la ola sobre la cresta del crepúsculo que dormita en tu ser.

Quiero poseerte más allá del beso repentino, oscuro o lascivo.
Quiero formar un montículo, un oasis movedizo donde mis manos
hurguen tus senos, tus muslos;
Derrumbar cada barrera,
el horizonte de tu pubis y bajo las sombras de tus caderas
izar la bandera colmada de gritos insaciables.
Tu boca en la mía traspasando las fronteras de lo indecible,
de la saliva que agiganta el deseo,
que desciende por la comisura de los labios calientes,
incitando al pecado, a la lujuria carismática de dos cuerpos entretejidos
en un pentagrama sin sonidos y voces concretas.

Gutural espejismo de mi piel haciendo arcadas de fuego en tu pubis que se abre,
que se dilata como caracola marina…
Remembranza que traspasa la elipsis
dejando escapar en cada quejido la vida;
Trasmutando y volviendo a nacer después de morir en espasmos sangrientos,
en orgasmos que dejan la piel en jirones
en una sinfonía incompleta, anhelante de un renglón
de una nota sagrada cual espino santificado.

Allá bajo, la piel que se esconde entre tus muslos como fruta salvaje,
como planta carnívora deja escapar aquella dulce y almizclada fragancia
que incita mi espíritu a romper el dique,
a dejar mi barca para anclar en la tuya
y en un solo e imprescindible acto de amor y pasión
morir y renacer eternamente sin que la luz opaque el brillo del candil
que se encenderá de nuevo una mañana, una tarde
en cualquier lugar tu piel y la mía

Gildardo Gutierrez Isaza (Colombia).