domingo, 24 de octubre de 2010

ISIDORA AGUIRRE

CAROLINA

Acto Unico

Una sala de espera. Un banco. Luz de día. Música de introducción alegre, (ejecutada por un organi¬llo callejero), que se mezcla con el ritmo de un tren que se detiene. Entra Fernando, el estudiante. Trae una caja de violín y maletín, se sien¬ta en el banco. Luego entra Carlos, precedido por el porta-equipaje que trae las maletas.

Carlos: (Al porta-equipaje, dando propina) Gracias, déjelas ahí. ¿Cuánto falta para nuestro tren?
Porta equipaje: ¿El expreso a Santiago?
Carlos: No, hombre: vengo de Santiago. El tren local.
Porta equipaje: Unos... treinta minutos. Si no llega con atraso... (Sale)
Entra Carolina, cargando paquetes y, distraída sigue de largo. Va a salir por el otro extremo, él la llama.
Carlos: ¡Carolina! (Ella se detiene). ¿Dónde vas, mujer? (Le ayuda a dejar los paquetes en el banco). Sabiendo que teníamos que hacer un trans¬bordo, ¿cómo se te ocurre traer tantos paque¬tes?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: ¡Una caja de sombreros! ¿Vas a usar som¬brero en el campo?
Carolina: Sí, Carlos...
Carlos: (Mira dentro de la caja) Uno, dos tres, cuatro, cinco... ¡cinco sombreros!. Si es para protegerte del sol ¿no te pare¬cen demasiados?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: Cinco paquetes... Oye ¿no eran seis?
Carolina: Sí, Carlos.
Carlos: ¡Pierdes uno y te quedas tan tranquila!
Carolina: (Sentándose) Sí, Carlos.
Carlos: ¿En qué quedamos? ¿Eran cinco, o seis?
Carolina: Cinco, Carlos, cinco.
Carlos: (Se sienta y abre el periódi¬co: Imitándola) “Sí, Carlos, No, Car¬los...” Oye... en el tren venía leyendo un par de avisos, muy sugerentes. Aquí, (Lee) “Compro refrigerador en buen esta¬do, tratar”, etc. Y este otro: “Vendo Chevrolet, 4 puertas, poco uso, con facilidades...”. Fíjate en el detalle: el refri¬gera¬dor lo pagan al con¬tado, podemos dar el pie para el auto. Sé que el refrigerador es indispensable, pero tene¬mos el chi¬co que nos dio tu mamá, mien¬tras podamos comprar uno mejor. En fin, tú dirás... (La mira, ella sigue distraída) ¡Carolina!
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: Oye ¿qué te pasa?
Carolina: ¿A mí? Nada. ¿Por qué?
Carlos: Hace como media hora que contestas: “sí, Carlos”, sin tener idea de lo que dices.
Carolina: Sé perfectamente lo que digo... Digo: “sí, Ca¬rlos”.
Carlos: Bueno, ¿qué opinas?
Carolina: ¿Sobre qué, por ejemplo?
Carlos: ¡Sobre estos avisos “por ejemplo”!
Carolina: Tienes razón: trae demasiados avi¬sos... Deberían dedicar más espacio a la literatura.
Carlos: ¡Más espacio a la literatura... !
Carolina: Siempre lo has dicho. ¿Por qué tratas de confundirme?
Carlos: ¡No trato de confundirte!. ¡Sólo te hago notar que contestas sin tener la menor idea de sobre qué te estoy hablando!
Carolina: Entonces, dime de qué se trata y no te sulfures.
Carlos: De vender nuestro refrigera¬dor, y...
Carolina: (Cortando) ¿Estás loco?. ¡No se puede vivir sin refrigera¬dor!
Carlos: Déjame terminar: venderlo para comprar un auto...
Carolina: ¿Lo dices en serio? ¡No vas a comparar el precio de un auto con el de un refrige¬rador!
Carlos: ¿Podrías leer estos avisos? (Rabioso, tira el diario). ¡Al diablo! Lo que me interesa, ahora, es saber en qué esta¬bas pensan¬do.
Carolina: Pero Carlos, ¿por qué siempre tienes que tirar todo al suelo? (Recoge el diario)
Carlos: No cambies el tema.
Carolina: No cambio el tema, lindo: recojo el dia¬rio. Te alteras cuando viajas en tren.
Carlos: (Imitando su voz suave). No son los viajes en tren, queri¬da...
Carolina: ¿Por qué ese tono de marido controla¬do?
Carlos: Dime de una vez en qué estabas pensando
Carolina: ¿Yo?
Carlos: Sí. Tú.
Carolina: ¿Cómo quieres que sepa en qué estaba pensando? En nada. Estaba pensando... en nada.
Carlos: Entonces, deduzco que durante todo el trayecto desde Santiago hasta esta estación del trasbordo, venías pensando en nada, porque traías esa misma expresión lunática.
Carolina: ¿Es un pecado?
Carlos: Es una mentira: No es posible pensar “en nada” tanto tiempo seguido. Un esfuerzo continuado para mantener la mente en blanco, agota hasta los cerebros más entrenados.
Carolina: Por Dios, Carlos ¿cómo puedes ser tan complicado? No hice el menor esfuerzo. Y cuando digo nada, quiero de¬cir... todo.
Carlos: (A un testigo imaginario) Cuando dice “nada”, quiere decir “todo”.
Carolina: Ay, Carlos, ¡qué manía la tuya de repetir lo que yo digo! Me mortifica.
Carlos: Lo repito para poner en evidencia lo ilógico de tus respues¬tas. Eso es lo que te “mortifica”.
Carolina: Oye, estás poniendo una terrible mala voluntad en esta con¬versación. Por lo general me entiendes muy bien.
Carlos: No cuando tratas de engañarme. (Pausa). ¿Qué fue ese sobresal¬to que tuviste al llegar a Rancagua?
Carolina: Un calambre, te lo dije. De tanto estar sentada.
Carlos: ¿Y ese otro, cerca de Pelequén?
Carolina: Otro calambre de tanto estar sentada. ¿Te parece muy raro?
Carlos: ¿Y el de...
Carolina: ¿De Chimbarongo?
Carlos y Carolina: ¡Otro calambre de tanto estar sentada!...
Carolina: Lindo, por favor terminemos con estas discusio¬nes inútiles. Explícame eso del auto y del refrigerador...
Carlos: Olvidemos eso. (Se está buscando algo en los bolsi¬llos, al no hallarlo, se levanta como para salir de la sala).
Carolina: ¿Dónde vas?
Carlos: A comprar cigarrillos. (Sale)
Carolina, se levanta y empieza a acomo¬dar los paquetes sobre el banco. Ladra un perro, asustada deja caer uno de los paquetes. Fernando, que desde el inicio ha estado atento observándola, corre a recogerlo. Ella le son¬ríe. Hay un silencio. El, tímido, va a decir algo, pero no le sale la voz. Se aclara la garganta y vuelve a ensayar:
Fernando: ¿Van a tomar el tren local?... Yo también. Por favor, no crea que tenga la costumbre de acercarme a las señoras y ha¬blarles. Se trata de una circuns¬tancia muy especial, y me resulta difícil... (Al accionar, tira otro de los paque¬tes, lo recoge, solícito) Como le decía...
Carolina: Ah... ¿me estaba hablando a mí?
Fernando: ¿A quién otra?. Naturalmente que le estaba hablando a usted. (Sin querer al accionar tira otro paquete). Perdone ¡qué torpe!
Carolina: (Divertida) Deje en paz esos pobres paque¬tes y por favor, repita su pregunta: estaba distraída.
Fernando: ¿Mi pregunta?. ¿Cuál pregunta?. No tiene importancia... (Calla, luego reacciona). Le decía que no acostumbro acercarme a una dama sin ser presen¬ta¬do, que es la prime¬ra vez que lo hago...
Carolina: Muy mal hecho.
Fernando: Carolina... (Se corrige) Señora... estoy seguro que usted está muy por encima de esos tontos convencionalismos.
Carolina: Sabe mi nombre...
Fernando: ¡Sé su nombre! (Con pasión). ¡No hay nada que sepa tanto como su nombre!, Carolina.
Carolina: Joven ¿qué pretende? Porque si lo que pretende es...
Fernando: No pretendo nada y por favor no me llame “joven”. Sólo quería decirle que la estuve observando en el tren, y me pareció que tenía usted una terrible preocu¬pación. Si pudiera ayudar¬la... ¡estoy dispuesto a todo!
Carolina: (Lo mira un instante) Me extraña tanto interés de parte de un desconocido.
Fernando: ¡Le juro que no soy un desconocido!
Carolina: Sin embargo, tiene todo el aspecto.
Fernando: Alguien que la admira desde ha¬ce tanto tiempo, no puede ser un “descono¬cido”. ¿Comprende?
Carolina: (Burlándose) Ah, sí. Comprendo.
Fernando: ¡Gracias, Carolina!
Carolina: Comprendo que está tratando de hacerme la corte.
Fernando: Dios mío, ¿y si así fuera? ¿Nunca le han hecho la corte?
Carolina: Soy una mujer casada. Y ahora, perdone, pero tengo un grave problema que resolver. No puedo dedicarle más tiempo.
Fernando: ¡De eso se trata!. ¡Quiero ayudarle con su proble¬ma!
Carolina: Pero... ¡si no lo conozco!
Fernando: Mire, supongamos que una tarde nos encontramos en... el Parque Forestal. Alguien nos presenta: Carolina, una mujer encantadora, Fernando, un estudian¬te de ingeniería. Ya está. Ahora, nos hemos vuelto a encontrar, pero, claro, usted ya se ha olvidado de mí.
Carolina: Completamente.
Fernando: Ah: si se olvidó es que antes me conocía.
Carolina: Hay que ver que es insistente. Bueno, sea. (Le tiende su mano, él se la estrecha). Como le va. Y ahora ¿me permite concentrarme en mis asuntos?
Fernando: ¿No me va a decir qué es lo que la preocupa?
Carolina: ¡No!
Fernando: Es usted de lo más testaruda.
Carolina: Y usted, ¡de lo más impertinente! ¿Qué se ha creído?. Llamaré a Carlos.
Fernando: Bueno. Llame a Carlos. (Pausa) Con las mujeres todo resulta tan compli¬cado. ¿Qué le cuesta ser más sencilla y aceptar mi ayuda? Cualquiera diría que se ofende porque se la ofrezco. ¿O le caigo antipático? (Mira y ve a Carlos que se acerca). Le hablaré a su marido. Estoy seguro que él me reco¬no¬cerá. Porque us¬ted... nunca se fijó en mí. Sin embargo nos vemos a diario. (Se pone en pose de tocar el violín). Míreme. ¿No le parezco vagamente familiar
Carolina: No me diga ¡el vecino del violín! Cla¬ro... Ya decía yo que lo había visto en alguna parte.
Entra Carlos murmurando entre dientes. “maldito pueblo” Carolina le sonríe.
Carolina: ¿Encontraste cigarrillos, Carlos?
Carlos: No. (Se sienta)
Fernando: ¿Le puedo ofrecer de los míos?
Carlos: No, gracias, no se moleste. (Tras el dia¬rio, le habla bajo a Carolina). No iniciar con¬versaciones con desconocidos durante los via¬jes, des¬pués no hay cómo sacárselos de enci¬ma.
Carolina: Carlos, ¡si es Fernando!
Carlos: (Sin reconocerlo, sonrisa fingida) ¿Fernando? sí, claro... (Saluda) Cómo está. ¿De viaje?
Fernando: Sí, sí. ¿De veras no quiere fumar? (Le ofrece, él acepta)
Carlos: Gracias. ¡Es increíble que no haya en este pueblo dónde comprar cigarrillos! Todo cerrado.
Fernando: Si no me equivoco, lo que ha de estar abierto es el club.
Carlos: ¿Dónde está el club?
Fernando: El club del hotel. Y el hotel tiene que estar abierto.
Carolina: ¡Por supuesto! El hotel tiene que estar abierto.
Carlos: Puntualicemos: ¿dónde está el hotel?
Fernando: Al final de la calle principal, es decir, en la plaza. Y la plaza la encuentra... si¬guiendo derecho por la calle princi¬pal.
Carlos: Bien.. Y ¿cuál es esa calle principal, cómo se llama?
Carolina: Carlos ¿cómo no vas a distinguir la calle princi¬pal?
Fernando: Sí: es la más ancha y la más larga. Saliendo de la estación, me parece que es... hacia el lado de allá. La encontrará en¬seguida. En la plaza verá un cine, chi¬quito, y al frente está la iglesia. Una igle¬sia... común y corriente, y en el otro costado, está el hotel. Savoy, o Crillón, me parece.
Carlos: (Con desconfianza) Bien. Probaremos. (Sale)
Fernando: (Entusiasta) ¡Gracias, Carolina!
Carolina: Gracias ¿por qué? ¿Qué hice?
Fernando: Me ayudó a alejar a su marido.
Carolina: ¿Qué quiere decir? Oiga, ese club, entonces...
Fernando: Todos los pueblos son iguales, Carolina. Tiene que haber un hotel y un club en la plaza. Y ahora dígame ¿cuál es ese te¬rrible se¬creto?
Carolina: ¿Qué le hace pensar que es un secreto?
Fernando: Carlos no lo sabe.
Carolina: Hay muchas cosas que es mejor que los ma¬ridos no sepan.
Fernando: Desde luego.
Carolina: Sería amagarles la existencia.
Fernando: Comprendo.
Carolina: Oiga, ¡le prohíbo pensar en nada vulgar!
Fernando: No, jamás. Pero dígame ahora, ¿en qué la puedo ayudar?
Carolina: Bueno, ya que insiste: dijo que era estudiante de ingenie¬ría. (El asiente) En ese caso, puede darme algunos datos técnicos.
Fernando: (Emocionado) Usted, tan femenina, tan en¬cantadora, hablando de “datos técnicos”... ¡Qué quiere, me emociona!
Carolina: Qué ridiculez. ¡Contrólese, por favor!
Fernando: No me importa hacer el ridículo ni me pue¬do controlar. Hace tanto tiempo que esperaba la ocasión de hablarle, de poder partici¬par en algo suyo, de... Bueno, pero si se empeña le puedo dar millones de datos téc¬nicos. ¿Sobre qué?
Carolina: Sobre... sobre la resistencia de cier¬tos materiales al fuego.
Fernando: ¿Resistencia de materiales al fuego?. Ni una palabra más, me lo imgino todo. Si es lo que supongo creo que no se los daré.
Carolina: Tiene gracia. Y ¿qué es lo que supone?
Fernando: Necesita dinero y ha decidido trabajar a escondi¬das de su marido. Segu¬ramente le ofrecieron un puesto en una Sociedad Constructora. Sección venta de materiales. Y necesi¬ta datos técnicos... Carolina, ¡déjeme tomar yo ese trabajo! Le daré íntegro mi sueldo, ¡yo no lo necesito!
Carolina: Pero ¡qué se ha imaginado!
Fernando: Le juro que no me imagino nada. Tampoco le pe¬diré nada a cambio. ¡Acepte, por favor!
Carolina: (Burlándose) Muy generoso de su parte, joven. Suponien¬do que acepto ¿de qué vivi¬rá usted?
Fernando: ¿Yo? Del milagro, como he vivido hasta ahora. Si hay que robar ¡robaré! No tengo prejuicios.
Carolina: Está completamente loco. No sé cómo hemos llegado a hablar de cosas tan absurdas. Y no necesito dinero ¿está claro?
Fernando: (Resignado) Está claro.
Carolina: Ahora ponga atención: se trata de una pe¬queña gran tragedia. (Afligida) Algo ridícula, pero... tragedia al fin.
Fernando: Sí, comprendo. ¡Las pequeñas tragedias son siempre las peores!
Carolina: No me interrumpa. No hace más que decir tonterías mientras yo estoy sobre ascuas.
Fernando: Las llama tonterías... Estoy dispuesto a dar la vida por usted, y las llama tonte¬rías.
Carolina: No quiero su vida... ¡quiero esos datos téc¬nicos!
Fernando: ¡Y yo no quiero que usted trabaje!
Carolina: ¿Con qué derecho se mete en mi vida? (Enfá¬tica). ¡Trabajaré!
Fernando: ¡Antes pasará sobre mi cadáver!
Carolina: ¿Su cadáver?. Dios mío, usted me hace perder la cabeza. ¡Si jamás he pensado trabajar!
Fernando: Gracias, Carolina. (Toma su mano). Sabía que termina¬ría por acceder.
Carolina: Le repito que ¡jamás he pensa¬do en traba¬jar!
Fernando: Hubiera jurado que dijo “trabajaré”.
Carolina: Por favor, váyase. ¡Váyase y déjeme en paz!
Fernando: Carolina ¿qué le pasa? ¿Por qué me trata así? Sólo quiero a¬yudarla... ¿Dije algo que no debo? No me lo perdonaría, por¬que yo... (Calla, emocionado)
Carolina: Usted, ¿qué?
Fernando: Estoy enamorado de usted.
Un silencio.
Carolina: No esperará que le crea ¿verdad?
Fernando: No, claro. No me atrevo a esperar tanto.
Carolina: ¿Amor a primera vista? No sabe lo que di¬ce. Es muy joven... y se imagina cosas.
Fernando: No, no me imagino cosas. Hace 4 meses que no puedo estudiar, ni concentrarme en nada. Sólo puedo pensar en usted. He tra¬tado de sacarme esta idea de la cabeza, pero... no puedo.
Carolina: No sea tan romántico.
Fernando: El amor es romántico, Carolina. Escuche: cuando la divisé en el jardín, creí estar viendo visiones. Era exactamente igual a ella. Sus ojos, tan grandes, su son¬risa, el color de su pe¬lo... ¡se le parecía tanto!
Carolina: ¿A quién?
Fernando: ¿Cree usted que los seres vuelven a la ¬tierra una y otra vez?
Carolina: ¿De qué está hablando?
Fernando: Ríase y llámame romántico, pero la verdad es que de niño me enamoré perdidamente de una tía muy bonita que murió joven, es de¬cir, de su retrato. Bueno, ya casi lo había olvidado, cuando de pron¬to, una tarde, cuando estaba estudiando violín frente a la ventana, ¡se me aparece... allí, en el jar¬dín de su casa!
Carolina: ¿Su tía... ?
Fernando: No. Usted, Carolina. Fue como un sueño. Me la imagino, como la veo a ella en el retrato, vestida a la anti¬gua y con un delicado quitasol de en¬caje. Desde que la vi, Caroli¬na, mi vida cam¬bió. Sé que no puedo esperar nada, pero aún así, me siento como en el cielo.
Carolina: Feliz usted, lo que es yo ¡estoy en el infierno!
Fernando: Carolina, disculpe: su pequeña tragedia, la había olvidado. ¿De qué se trata?
Carolina: Se trata de una olla. ¿Entiende? ¡De una olla!
Fernando: (Deprimido) Carolina ¿por qué tenía que hablarme a mí de ollas?
Carolina: Pues, sepa, que de lo único que puedo ha¬blar es de ollas.
Fernando: Horrible artefacto.
Carolina: Sí, horrible. La odio con toda mi alma.
Fernando: ¿Tanto se apasiona por una olla? Franca¬mente, no comprendo.
Carolina: Al fin hay algo que no comprende, ni adivi¬na. Cómo lo va a entender si se trata de un simple hecho cotidiano. De esa realidad, que usted ignora. Escuche, media hora antes de salir, Carlos me dice: “me carga almorzar en el coche come¬dor, prepara algo para el viaje”
Fernando: (En éxtasis, para sí) ¡Genial!
Carolina: Voy a la cocina, preparo unos sandwichs y pongo en una olla, con agua, una olla de fierro en¬lozado, (Indica) pequeña, de este tamaño y un par de huevos para cocer.
Fernando: Describe con tanta vida que me parece estar viéndolo.
Carolina: ¡Y yo no he hecho otra cosa que estar viéndolo durante todo el trayecto! Contra el verde del paisaje, contra los postes de la electricidad...
Fernando: ¿Qué cosa?
Carolina: ¡La olla en llamas!
Fernando: Ah... pobrecita. Ahí tuvo el primer so¬bre¬salto.
Carolina: (Afligida) Al llegar a Rancagua, cuando recordé que había de¬jado la olla hirviendo y que se¬guiría hirviendo durante 15 días... Estos 15 días de vacaciones en los que esperaba tener tanta paz y sosiego. ¡Los pasaré so¬bre ascuas!
Fernando: Carolina, una olla no puede hervir durante 15 días. Tómelo con calma.
Carolina: Eso es lo peor: dejará de hervir en cuan¬to se evapore el agua... entonces, la olla se caliente al rojo, incendio... ¡Se quema nuestra casa, que ni siquiera hemos termi¬nado de pagar! ¡Quizás el incendio cunda por toda la cuadra!. ¡Qué horrible! ¿Se da cuenta? En el tren pensaba que desde aquí podría tele¬fonear a un vecino.
Fernando: (Alegre) ¿A su vecino del violín?
Carolina: Sí, y pedirle que entre por la ventana, no sé...
Fernando: (Tierno) No tengo teléfono, Carolina.
Carolina: ¡Ahora de qué serviría su teléfono!... Por favor ¡sugiera algo!. Estoy tan confundida que no se me ocurre nada. Vengo estrujándome el cerebro desde Ranca¬gua.
Fernando: Sí, los sobresaltos. ¿Por qué fue el de Chimbarongo?
Carolina: ¿Chimbarongo?... ¡el cajón de la basura!. Me acordé que está bajo la cocina, lleno de papeles y es... ¡de madera, de esas cajas en que vienen las frutas!
Fernando: Vamos por partes: reconstituyamos la esce¬na.
Carolina: Por fin se puso comprensivo.
Fernando: ¿Cocina a gas o eléctrica?
Carolina: A gas. (Indica) Aquí está la cocina. Acá un mueble de madera. Ahí, la puerta del closet. Espere... aquí una silla... ¡con a¬siento de totora! (Angustiada, repite), ¡”totora”!
Fernando: Tranquila. ¿Qué más?
Carolina: (Afligida) Y en el tarro basurero hay papeles, un diario completo y ¡bajo la olla, prác¬ticamen¬te!
Fernando: A la hora, se evaporó el agua.
Carolina: ¡No era mucha... es una olla chica!
Fernando: A las dos horas, la olla está al rojo.
Carolina: ¡Horrible!
Fernando: Los huevos pulverizados.
Carolina: ¡Qué importan los huevos!
Fernando: Hay que revisar todos los detalles.
Carolina: ¿Usted cree?
Fernando: Una olla vacía reacciona de distinta manera que una olla con huevos.
Carolina: ¡Dios mío! Sigamos.
Fernando: ¿Olla de aluminio?
Carolina: De fierro enlozado.
Fernando: Primero se salta el esmalte...
Carolina: ¡Qué importa el esmalte!
Fernando: Ya le dije que...
Carolina: (Al borde del llanto). ¡No me diga nada!. ¡La olla salta dentro del tarro con pape¬les, arde la casa entera!
Fernando: (Toma sus manos, para calmarla). Cálmese, Carolina, las ollas no saltan.
Carolina: Lo dice para tranquilizarme.
Fernando: ¡Le juro que no saltan!. Las ollas “se sal¬tan”.
Carolina: (Impetuosa, lo abraza) Tiene razón, ¡gra¬cias!
Fernando: (Mientras la tiene en sus brazos) ¡Qué lástima que exista Carlos!
Carolina: (Se aparta, digna) ¿Qué está insinuando?
Fernando: Nada. Digo... lástima que va a llegar Car¬los.
Carolina: Cierto. No vamos a poder mencionarlo y no podremos resolver nada. Por favor, busque la manera de alejarlo, y trate de averiguar si estamos asegurados contra incendio. Dígale... que vende seguros. Pero, con mucho disimulo. No quiero que sospeche nada. ¿Lo hará?
Fernando: Me pide usted cosas fáciles, pero harto difíciles. Casi preferiría que me pidiera cosas difíciles que me resultan más fáci¬les. ¿Me entiende?
Carolina: (Distraída) No, lindo, pero no importa.
Fernando: ¡Carolina!
Carolina: ¿Qué pasa?
Fernando: Usted... usted...
Carolina: ¿Yo, qué?
Fernando: Me llamó “lindo”... Es una muestra de cariño tan espontá¬nea... casi me atrevo a creer que...
Carolina: Por favor, no empece¬mos a creer cosas ¿quiere?
Fernando le indica que viene Carlos. Entra Carlos. Luego de un silencio:
Carolina: ¿Cómo te fue, Carlos?
Carlos: Mal.
Carolina: No me digas... ¡no estaba abierto el club!
Carlos: ¿Qué club?
Carolina: El del hotel que hay en la plaza.
Carlos: No había club, ni hotel, ni plaza. ¡Ni ca¬lle principal!
Carolina: Carlos, un pueblo que no tiene plaza... Estás divagando.
Carlos: Mira: este pueblo no es a lo ancho, sino a lo largo. No tiene plaza. Es más, creo que ¡no tiene pueblo! (Se sienta, se dis¬po¬ne a leer el diario). Y ahora ¿me permiten?
Fernando: Vaya: debí equivocarme de pue¬blo. Antes el trasbordo se hacía más al sur.
Carolina: Más al sur. Ah, usted ¿viaja mucho?
Fernando: Sí, mucho.
Carolina: (Con señas de inteligencia a Fernando) Qué interesante. ¿Se debe a su trabajo, tal vez?
Fernando: (Comprende) Ah, sí, en efecto. Soy asegu¬rador. Pólizas contra incendio. La compa¬ñía tiene sucursales en provincia.
Carolina: Y me imagino que gana buen dinero. Se trata de algo impres¬cindible... de vital importancia ¿no? Hay tantos incendios... A propósito, Carlos ¿estamos asegurados contra incendio?
Carlos: ¿Nosotros?. ¿Para qué?
Carolina: Nuestra casa, tontito.
Carlos: No.
Carolina luego de un ligero descon¬ciert¬o, a Fernando:
Carolina: Bueno, si no estamos asegurados, será por alguna razón. Nues¬tra casa ha de ser muy resistente al fuego, de otro modo Car¬los hubiera tomado un seguro. Es muy previsor.
Carlos: ¿Nuestra casa? Ardería como una caja de fósforos.
Carolina: (Para sí, afligida) De todos modos, ya es demasiado tarde.
Carlos: Tarde ¿para qué?
Carolina: Para comprar una póliza.
Carlos: ¿Una póliza?
Carolina: No... quiero decir, tarde para comprar cigarrillos. (Ante su mirada de reproche) Ay, Carlos, sabes que aunque diga póliza, quiero decir, cigarrillos.
Carlos: ¿Y por qué no adoptas la sana costumbre de decir directamente lo que deseas expresar, en lugar de hacerme siempre suponer que se trata de otra cosa?
Carolina: Ay, Carlos ¿por qué hablas en forma tan... complicada?
Carlos: (Se levanta) Voy donde el jefe de estación.
Carolina: ¿El jefe de estación?. ¿Para qué?
Carlos: Para preguntarle cuanto falta para este maldito tren local.
Carolina ¡El jefe de estación! El tiene que saber dónde venden cigarrillos, ¿se lo preguntas¬te?
Carlos: (Seco) No.
Carolina: Pero, lindo, es lógico: él vive aquí. (Tono conciliador) Las cosas más sencillas son las últimas que se nos ocurren. Tonto ¿verdad?
Carlos: (Picado) ¡Tantísimo!. (Sale, molesto, de escena)
Carolina: No sé qué le pasa... está de pésimo humor.
Fernando: Carlos sospecha.
Carolina: ¿En qué lo nota?
Fernando: Se ríe a destiempo.
Carolina: Carlos siempre se ríe a destiempo. Bueno, no perdamos estos minutos preciosos que nos quedan.
Fernando: Preciosos para mí, Carolina. Quizá ya no volvamos a encon¬trarnos así... a solas...
Carolina: No nos pongamos románticos, por favor.
Fernando: Pero, Carolina, yo...
Carolina: Lo ideal sería encontrar a alguien... a quien le haya sucedi¬do algo semejante, para saber qué pasa con una olla...
Fernando: Pero... Bueno, de acuerdo ¡hablemos de ollas! ¡Pasémo¬nos la vida hablando de o¬llas! ¿En qué est¬ábamos?
Carolina: En que si la olla salta. ¡Sería terrible porque en el closet hay una dama¬juana con ¡parafina!
Fernando: ¿Para qué tanta parafina?
Carolina: La estufa en invierno, y una lámpara, por si cortan la luz...
Fernando: Ah... la lámpara...
Carolina: ¿Qué? ¿Es peligroso?
Fernando: No, pero la imagino a usted, Carolina, en una noche de llu¬via, bordando a la luz de esa lámpara de otros tiempos...
Carolina: ¡Su tía, otra vez!. ¡Cómo puede ser tan insen¬sible!
Entra el porta equipaje y anuncia:
Porta equipaje: ¡El expreso a Santiago, dentro de 4 minu¬tos! (Cruza la escena y sale, Carolina lo mira como pensando en algo)
Fernando: Carolina, no puedo verla sufrir de ese modo. ¿Quiere que to¬que alguna cosita en el violín? ¿Un poco de música ayuda¬ría?
Carolina: ¿Música? ¡Lo que necesito son “hechos”! ¿Comprende? ¡Hechos!
Fernando Lo siento: a pesar del progreso, no han inventado un disposi¬tivo que permita apagar el gas a distancia.
Carolina: (Coqueta) Pero... se puede tomar un tren... de regreso a Santiago.
Fernando: (Con un sobresalto) ¡Carolina!
Carolina: ¡Dijo que estaba dispuesto a todo!
Fernando: A todo, menos a separarme de usted.
Carolina: ¿Quiere ayudarme o no? Tal vez lo que dijo antes no eran más que palabras. No debí fiarme de un violinista.
Fernando: No ofenda a mi violín: después de usted, es lo que más quiero. Escu¬che: me iría sin vacilar si hubiera el menor peligro. Por favor, confíe en mí. Razonemos, deduzcamos...
Carolina: No, es inútil. No me puedo sacar esa olla ardiendo de mi cabeza. Puede que no pase nada, pero también ¡podría incen¬diarse la casa! Claro, usted no sabe lo que es com¬prar un sitio a plazos, con préstamos y dificultades, luego cons¬truir la casa pro¬pia, con tanta ilusión. Si fuera un poquito más comprensivo, me diría: “Deme las lla¬ves, tomo un tren a San¬tiago, y apago el gas”. Pero, no. Usted no entiende, porque este es un hecho de la realidad y no se arregla con soñar o dejar de soñar. (Pausa) Estoy segura que Carlos com¬prendería. Se pondrá furioso, pero... ¡tengo que compartir esta angustia con alguien! Llamaré a Carlos. (Va hacia un costado y sin ganas, sin alzar la voz, llama) Car¬los...
Fernando: (Luchando consigo mismo) No. ¡No llame a Carlos! Esto queda entre usted y yo. Será un secreto entre los dos. (Heroico, tiende su mano) ¡Deme esas llaves!
Carolina: ¿De veras? ¿Lo dice de corazón?
Fernando: De todo corazón.
Carolina: (Impulsiva lo besa en la mejilla, abrazán¬dolo) ¡Gracias, Fernando! (Se escucha un tren detenerse). ¡El expreso a Santiago, hay que darse prisa. Las llaves. (Muy acele¬ra¬da busca en su bolso, lo vacía sobre el banco, mientras Fernando la mira extasiado por el beso). Mire, ésta es la de la mampa¬ra, y esta otra, más amarillenta, la de la puerta de calle. (Ve que él no está escuchando). Ponga atención, por favor: la de la puerta de calle, tiene maña, hay que inclinarla un poco hacia la derecha... (Se santigua para saber cuál es su mano derecha) No, hacia la izquierda. La cocina está al final del pasillo. Su maletín. (Se lo pasa, él sigue en éxtasis) Ah, y mi dirección en el campo, para que me ponga un telegrama, y saber qué si... no se produjo un incendio... Un lápiz... (Busca en su bolso). El lápiz de las cejas. ¡Papel, por favor! De prisa.
Fernando: (Presenta el puño de su camisa) Aquí.
Carolina: (Escribe) Mi dirección. Y ahora un nombre falso para que Carlos no sospeche. Rápido, un nombre, un nombre...
Fernando: (Sigue extasiado) ¡Greta Garbo!
Carolina: No, algo más común.
Fernando: María Pérez.
Carolina: Eso es. María Pérez. (El va a salir) ¡Su violín!
Fernando regresa por el violín y al alejarse le lanza un beso con un:
Fernando: ¡Adiós, mi amor!
Al salir tropieza con Carlos que viene entrando. Rabioso tira al suelo los cigarrillos que acaba de comprar.
Carolina: (Culpable) Carlos, qué manía la tuya de tirar todo al suelo. (Se los pasa) ¿Qué alcanzaste a oír?
Carlos: Exactamen¬te: “adiós, mi amor”. Tal vez lo golpee.
Carolina: No hay tiempo... (Sonido: tren partiendo). ¡Se fue el tren!
Carlos: De modo que ese bicho era el causante de los calambres, del nada y el todo en que venías pensando y esa confusión al ha¬blar... Y de la prisa desvergonzada que tenían los dos para deshacer¬se de mí. ¿Crees que soy tan idiota que no me doy cuenta de nada?
Carolina: Carlos ¡divagas! El nervioso eras tú, lindo. Siempre te pones así cuando te quedas sin cigarrillos. Estás completamente en¬vi¬ciado por la nicotina.
Carlos: ¡Enviciado por la nicotina! ¿Y cómo expli¬cas, entonces, que ese imbécil con facha de delincuente, se despida de ti con un “adiós mi amor”? ¿No te parece mucha sol¬tura de cuerpo?
Carolina: Carlos ¡estás celoso!
Carlos: Sí, así como suena ¡estoy celoso!
Carolina: Pero si siempre has dicho que los celos no son más que una manifestación del complejo de inferioridad.
Carlos: ¡Qué hombre no ha dicho esa estupidez alguna vez en su vida!
Carolina: Uuy, Carlos ¡estás haciendo el ridículo!
Carlos: ¡Asegurador contra incendios! Y tuviste la desfachatez de presionar para que le tomara una póliza. Oye, ¿desde cuando te interesan en los aseguradores?
Carolina: Por favor, no me vas a hacer una escenita de celos...
Carlos: ¿No crees que me has dado suficiente motivo?
Carolina: Eres de lo más mal pensado que hay, lindo. Te pregunté si estábamos asegurados, por¬que venía preocupada. Tu sabes... Puede que al salir de vacaciones como ahora, se le queda a una algo encendido. Y de ahí a un incendio...
Carlos: Para esos percances de las mujeres distraídas, tomo otro tipo de precauciones: Cierro las llaves de paso. ¡Gran invento, las llaves de paso!
Carolina: ¿Lo hiciste... ahora?
Carlos: Evidente.
Carolina: ¿La de la luz y... la del gas?
Carlos: Lógico. ¿Y esa cara? ¿Qué pasa ahora? (Ella, distraída, no responde), Carolina ¡dejaste algo encendido! ¿No desenchufas¬te la plancha como ese año que fuimos a Cartagena? ¿O qué?
Carolina: Ay, no empecemos con los interrogatorios. Aquí no estamos en los tribunales. Es terrible estar casada con un abogado.
Carlos: No te vayas por la tangentes. ¿Qué fue?
Carolina: Bueno, admito que venía con una ligera incertidumbre.
Carlos: ¡Carolina! ¡la verdad!
Carolina: Y si hubiera dejado algo encendido, no tienes por qué adoptar ese aire de supe¬rioridad. A ti también te pasan cosas ¿no? ¿No dejas nunca la mampara mal cerrada? Todavía no me confor¬mo con que nos roba¬ran la radio y los cubiertos el año pasa¬do.
Carlos: Cualquiera diría que yo tuve la culpa.
Carolina: ¿Fue mía, entonces? ¿No eres tú el encar¬gado de verificar que la puerta quede bien cerrada al partir de vacaciones?
Carlos: No la dejé mal cerrada. Esa chapa no es segura.
Carolina: Es lo mismo, lindo. Podías haber cambiado la chapa este año, y no lo hiciste.
Carlos: (Riendo) Esta vez hice algo mucho más eficaz, y creo que me voy a divertir. Porque ese ratero, ¡te apuesto que es el cuida¬dor de la casa de enfrente, la de los Gómez! Estoy seguro que tiene una llave que le hace a nuestra mampara. Pero... ¡que se atreva a abrirla!... (Se ríe). Le tengo una buena sorpre¬sa.
Carolina: ¿Ah sí? ¿Qué hiciste?
Carlos: ¿No te llamó la atención, que me quedara tanto rato en la puer¬ta? Mientras busca¬bas un taxi, le preparé una trampa.
Carolina: ¿Una trampa?... (Afligida) ¿Mor¬tal?
Carlos: Bueno... Depende de la resistencia del tipo.
Carolina: (Angustia¬da) ¿Qué barbaridad hiciste, Carlos, por Dios?
Carlos: Me extraña tanta compasión por los rate¬ros. ¿Ves? Porque todos piensan como tú, tenemos esta plaga en Chile.
Carolina: ¡Dime qué fue lo que hiciste!
Carlos: ¿Te acuerdas del baúl lleno de fierros que tu tío nunca se quiso llevar? Eso me dio la idea. Lo coloqué sobre el salien¬te que hay entre la mampara y la puerta y lo amarré con una cuerda, de manera que al que abre la puerta ¡le caiga enci¬ma!
Cae un pesado saco que tira el Porta-equipaje antes de entrar al escenario y Carolina, asociándolo con lo del baúl, cae sentada sobre una de las maletas y se queda, con la actitud del inicio, mirando ante sí. Entra el porta equipaje, anunciando:
Porta equipaje: El tren local parte dentro de 4 minutos, el tren local... (Sale, diciendo) ¡Dentro de 4 minutos: si van a tomar ese tren, pasen a la otra vía.
Carlos: (Recogiendo paquetes se los da a Caro¬lina). No sería raro que al volver de la vacaciones nos encontráramos con un sujeto delirando, entre la puerta y la mampara ¡Carolina!
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: ¿No oíste? Llegó el tren local. (Le pasa la caja de sombre¬ros, ella sigue mirando ante sí, con honda preocupación)
Carolina: ¿Sí, Carlos?
Carlos: Oye ¿te vas a quedar sentada ahí toda la tarde?
Carolina: (A punto de llorar) No, Carlos...
Carlos: (Tira un paquete al piso) ¿Cuando vas a bajar de la luna, mujer, por Diós?
Carolina: No sé, Carlos...
Estalla la música incidental del inicio mezclada al ruido del tren que se va deteniendo.

Isidora Aguirre (Chile, 1919 - Chile, 2011).

Premio a la Trayectoria 2010 entregado por la Sociedad de Escritores
Latinoamericanos y Europeos (SELAE).

MARCELA RODRIGUEZ V.

LUNA

Tú que miras a través
de mi ventana enrejada
y con una sonrisa me invitas
a escapar de aquí
estás tan bella, tan iluminada
ven entra a mi celda
e ilumíname a mí.

Marcela Rodríguez Valdivieso (Chile).

JULIO ARAYA T.

ANTIPOEMA N° 1

Hay tres ocasiones
en que se puede saber
quienes son tus verdaderos amigos.

En el hospital,
en la cárcel
y en desgracia.

Si no te visitan,
si no te ayudan
ni amigos, ni parientes,
son todos unos huevones de mierda
que no valen nada.

Julio Araya Toro (Chile).

DIMITRIS P. KRANIOTIS

LO QUE PIDO (*)

Una bola de hilos
mis oraciones
susurro
asustado.
Foolish "I" s
son ahogados
sin que ni siquiera
conozca
lo que pido.

Dimitris P. Kraniotis (Grecia).

(*) Traducción Libre del Ingles al Español de M.R.V.
(Free Translation from English to Spanish M.R.V.)

VÍCTOR E. GONZÁLEZ

MAÑANA

Se alzará la gran ciudad con sus puentes imaginarios; infinitas serán las calles, los faroles destellantes de promesas; y habrá fiestas, bailes, reuniones clandestinas, sindicatos de obreros leyendo poesía...

Se alzará la esperanza con sus manos campesinas, se alzaran los sueños con mirada de niño; se alzará la vida con rostro de abuelo...

La ciudad en llamas libertarias arderá y el pueblo celebrará a los liberados...

Mañana…

Víctor E. González (Chile).

EDMUNDO TORREJÓN JURADO

EN UN PRINCIPIO

En un principio
era el viento,
la soledad y la arena.

En un principio
era el tiempo,
sin un espacio:
¡vacío!

En un principio
era el rudo
relámpago sin la lluvia.

La Potestad
urgió entonces:
¡Fructifiquemos la vida!

De la semilla
al arado,
del manantial
a la espiga.

Y evidenciando
su Nombre,
forjó la estirpe
del hombre.

Y al hombre
desoló su ausencia:
la sensatez del sofisma,
la frialdad de la ciencia.

La Potestad
apremió
entonces:
El manantial de las artes.

Sin embargo
- ¡asaz fuego! -
del eco
de esas
esencias,
al tiempo,
al hombre arribó el vacío
del comulgar rutinario:

Un aura de mil fulgores,
¡simple ocaso,
no alborada!

La Potestad
aunó entonces,
un sarmiento,
una vendimia,
y al lagar del universo
portó EL VINO
¡sempiterno!

Fue ese albor
una epopeya
pues el hombre
se hizo POETA:

Cantó al prójimo.
A lo justo.
A la mujer de su greda.
A la paz
en los senderos.

Al acre
de las ciudades.
A la miel
de lo campestre.

Brindó al niño la nobleza
de su trovar candoroso.

Al bracero
sirvió su arte
¡estandarte de sus lides!

Y en el Grial
de sus fueros
bebió el numen
de lo místico.

Y en la ermita
del silencio
ungió al Hijo
con su sangre:
¡Retornando
al Cause Eterno!

Xanadú de San Isidro, otoño de 2007.

Edmundo Torrejón Jurado (Bolivia).

LUZ GABRIELA RODRÍGUEZ MUÑOZ

LA LLUVIA SIEMPRE MUERE EN SILENCIO

Sin duda la conciencia tiene algo que ver con el corazón. Para mí es como que están en contubernio perenne. Sin embargo, cuando llegó a mis manos el libro de Pipo Martínez, mi corazón se aceleró y juro que no tenía nada en la conciencia.

Esa misma noche lo devoraría...
Comencé. Afuera una suave y pertinaz llovizna acariciaba el mundo. Traté de tomarle el hilo a la lectura pero mi mente voló hacía el escritor. ...He leído otros libros de él: La Dama Meona, la Casa del qué Dirán, me impresionaron por su fluidez, su sarcasmo que sin ser agresivo pega en el centro de los que tienen que recibirlo.

Ahora comenzaba a leer “La lluvia muere en silencio”, pero “la loca de casa”, como suelo llamar a mi imaginación, continuó volando y en lugar de adentrarme con el personaje mudo del primer cuento, pensé en el escritor. Lo imaginé triste, enfermo, solo...

Varias lágrimas rodaron. ¡Qué carajo¡ pensé.
El no está triste.
Vibra con su vigorosa expresión dramática.
El no está enfermo.
Es libre, sólo que está harto de los hipócritas.
El no está solo.
Nos tiene a nosotros, a los que leemos algo de él y lo principal, tiene a todos los personajes que ha creado.
Más sola, estoy yo.

Afuera, la lluvia continuaba zurciendo el silencio en máquina overlock.
“Mi loca de la casa insistía”... Es una vida; es una vida, sólo que a veces llueve a espaldas de nuestro creador...

Continuará lloviendo y poco a poco irá lavando los recuerdos. Continuará lloviendo siempre, porque la vida misma es un cuento, un teatro donde todo se detiene y cuando baja el telón la lluvia muere en silencio.

Guayaquil, Febrero 10 del 2003.

Luz Gabriela Rodríguez Muñoz (Ecuador).

ALFONSO PASCUAL

HAZAÑAS DE ANTAÑO

Dedicado al 9° Encuentro Abrace en Cuba 2008.

Érase una vez un gatito dormilón
quien lo viera ni un instante dudaría
elegante en su porte y sus andanzas
que de muy noble estirpe descendría

Muchos peligros no obstante conociera
su pata herida muy joven arrastró
con orgullo y valentía bien luchara
por nobles ideales la vida arriesgó

Mas después de muchos tristes avatares
de mal vivir en la dura lejanía
y de ciertas decepciones en amores
un trabajo a su medida encontraría

A la sombra de una higuera cavilando
de la lectura los secretos descubrió
siempre hurgando en bibliotecas y archivos
el desarrollo de la historia comprendió

Y siguiendo sus costumbres ancestrales
sus maneras muy burguesas cultivaba
iba aún de pecho erguido y cola enhiesta
mas el ocaso de su vida le llamaba

Así lo encontrara aquel día nublado
en la terraza de un hotel distinguido
sobre el cristal de un mueble extraño
extendiendo su cuerpo adormecido

Una vitrina las nubes reflejaba
muchos libros y destinos contenía
grandes obras escogidas destacaban
que todo gato en su tiempo conocía

Mientras soñaba con hazañas de antaño
bajo aquel cristal que su rostro mostraba
en la sombra de un pasado ya lejano
el Ché Guevara acechándole estaba.

Alfonso Pascual (España).

RAFAEL MÉRIDA CRUZ-LASCANO

BICENTENARIO DE LAS INDEPENDENCIAS AMERICA LATINA Y
CARIBE / CULTURES FRANCE (*)

El Ministerio de Asuntos Exteriores y Europeos y el Ministerio de Cultura y Comunicación, en colaboración con las embajadas de América latina en Francia, acompañan la celebración del bicentenario de las independencias de los países de América latina y del Caribe.
Guatemala (náhuatl: Quauhtlemallan, “lugar de muchos árboles”) - oficialmente, República de Guatemala - es un país situado en el extremo noroccidental de América Central, con características peculiares y una cultura autóctona que es el producto de la herencia maya y la influencia española durante la época colonial. El país tiene también una gran belleza natural.
A pesar de su tamaño, Guatemala cuenta con una gran variedad climática y biológica producto de su relieve montañoso que va desde los 0 metros sobre el nivel del mar hasta los 4.220 metros sobre el nivel del mar, esto propicia que en el país existan ecosistemas tan variados que van desde los manglares de los humedales del pacífico hasta los bosques nublados de alta montaña. Limita al oeste y norte con México, al este con Belice y el golfo de Honduras, al sureste con Honduras y El Salvador, y al sur con el océano Pacífico. El país tiene 108.889 km². Su capital es la Ciudad de Guatemala llamada oficialmente Nueva Guatemala de la Asunción. Su población indígena compone un tercio de la población del país, idioma oficial es el español, asimismo cuenta con 23 idiomas mayas, el idioma xinka y garifuna, el cual es hablado por la población afrodescendiente.

(*) Fuente: Wikepedia

RAFAEL MÉRIDA CRUZ-LASCANO (Guatemala).

JUSTINA CABRAL

UN CASTILLO DE ESPERANZA (*)

Carita de porcelana
con mejillas de bizcocho
y ojitos de chocolate,
no llores que yo te adoro.

Las estrellas tienen luz,
sólo tienes que encenderlas
y en tu corazón guardarlas
para olvidar tus tristezas.

Si tus piernitas heridas
ya no pueden avanzar,
sembraré en tu alma mil rosas
y Dios un milagro hará.

Juega y ríe, nunca llores,
zapatitos de cristal...
tu castillo de esperanza
construiré sin cesar.

Justina Cabral (Argentina).

(*) Poema del libro solidario “Corazones Con Esperanza”

“Compra un libro y construye un sueño”. Con la compra del libro “Corazones Con Esperanza” estarás cooperando para construir un hogar para los niños de la calle. http://www.librovirtual.org/librosolidario

PEDRO PIÑONES DÍAZ

ROMS GITANOS GENTES DE VIAJE

Una avalancha de discursos y de anuncios provocadores se han abatido en estos días por todo el territorio francés, desde el poder central dirigido por Sarkozy, que empieza a disputar los votos de la extrema derecha en vísperas de una presunta reelección en el año 2012, el Presidente de la república se ha lanzado contra las comunidades y grupos sociales enteros, estigmatizan los roms y gitanos, que están en este continente después del siglo 6.

La expulsión, para los franceses “souche”, esos que sus padres nacieron en otras tierras, serían puestos en la frontera, si por si acaso se les ocurre protestar contra la represión y atacar a un “paco” sería crimen mayor para las ideologías del fascismo francés.

Aquí están en juego los fundamentos republicanos sobre la igualdad y viendo que hay una severa crisis económica ocasionada por el mismo presidente, y para tapar sus errores y favores a los más ricos con el dinero de todos los franceses que trabajan, amenaza gravemente la cohesión de una sociedad entera.

Cuando estalló el escándalo de la dama más rica de Francia, que entregaba sumas importantes a los partidos de la derecha, la ley permite donar no más de 7.500 euros, el gobierno en todos los niveles ha desatado un odio contra la “gente de viaje”, gitanos y roms, han explotado el tema favorito de la derecha facha contra la migración haciendo una amalgama entre emigración y delincuencia.

Lo que aquí se está jugando es una lógica de desintegración social, ocasionando aún más peligros para los extranjeros, que ya tienen cientos de problemas para conseguir una carta de trabajo, ahora atacan los barrios obreros con helicópteros y se asiste a un estado de sitio con centenares de policías anti motines, como es el caso de Villeneuve en Grenoble, y que Sarko y la gobernación lanzaron un discurso de vergüenza y claramente anti emigración como una de las causas de la delincuencia.

Pero más bien demuestran una voluntad de designar a millones de personas como peligrosas por su origen y su situación social, sea cual sea si es que hay legitimidad, a ningún responsable político el pueblo le ha entregado el poder para que durante su mandato viole los principios más elementales que la república ha construido.

El artículo N° 1 de la constitución francesa reza: “que asegura la igualdad frente a la ley de todos los ciudadanos sin distinción de origen, de raza o de religión”, por esta razón que una vez más se han inquietado las asociaciones y los partidos de la izquierda, personalidades y artistas para unirse y defender los principios fundamentales de esta república, laica, democrática y social.

No se puede aceptar bajo ningún pretexto que el necesario respeto al orden público sea un pretexto para crear distinciones entre habitantes del país y buscar enemigos donde no están.

Las asociaciones y los interesados en defender el derecho de los emigrantes, junto a todos los ciudadanos para que manifiesten su descontento y participen públicamente en las actividades que se organizan para rechazar esta cruzada fascista y oponerse a las estrategias de estigmatización y de discriminación y sus lógicas de guerra que amenazan al conjunto.

Todos juntos debemos defender aquí y por el mundo el derecho de los emigrantes, porque si hay libertad de movimiento para los capitales, debe aceptarse el traslado libre de los ciudadanos para defender la libertad, la igualdad y la fraternidad que son y que se quedarán como nuestro bien común.

Pedro Piñones Díaz (Chile).

GABRIELA FIANDESIO

VENTANA AL CIELO

Desde mi ventana puedo ver
los pliegues del cielo
destellando
descubro el día a día
fijo la vista
en una nube
Una quimioterapia,
una terapia radiante,
de un febo que asoma
Latigazos
de rayos ultravioletas
una frecuencia modulada
entre vitrinas de polvo
y el alma que escapa
por los poros
de este esqueleto inerte
Esta cama no me detiene
las venas no aguantan
tanta sangre que fluye
y febo
sigue girando
como carrusel
frente a mi ventana
el silencio
una carie
en la espina de la noche
Ya no siento frío
Las cortinas
alguien las ha cerrado.

Gabriela Fiandesio (Argentina).

PALMIRA ORTIZ

SOÑAR, SENTIR Y VIVIR

¿Qué es el sentimiento de un vuelo perdido?
Es la circunstancia aniquilada del destino
muere mi voz, como mi mano,
quieta,
fría muy fría,
que se rompe en gotas,
al tiempo,
esperando,
¿Qué espera?
un martirio de quietud,
deseando llegue la hora
que caliente como un sol,
que se evapore la gota,
y amanezca…
Sentir el alma en un sitio
¡Cualquiera!
sería bueno,
tener los ojos en la mente,
y admirar,
como ahora,
soñar,
sentir
y vivir.

Palmira Ortiz (México).

PAOLA BRADAMANTE

EXPOSICIÓN DE PINTURA DE PAOLA BRADAMANTE

El 24 de Septiembre de 2010 a las 18:00 hrs. en el bar Bossa-Nova de Bolzano tuvo lugar la inauguración de la exposición de cuadros de Paola Bradamante. Se presentaban aproximadamente veinticinco obras de distinto tamaño (20 x 30; 40 x 50; 50 x 70). Se trata de arte informal (abstracto), las obras están caracterizadas por sus colores vivaces y su expresividad. La artista presentó cuadros realizados con colores acrílicos, témpera y acrílicos con técnica mixta, es decir, realizados también con otros materiales, pintados sobre papel y sobre cartón telado, también había varias obras realizadas con vidrio, una técnica decididamente original de la autora (véase foto). Se ofreció un abundante buffet para los presentes. La propia artista quedó muy satisfecha con la velada y todos los presentes expresaron su contento sin excepción. Los cuadros siguen expuestos en el mismo bar durante dos semanas, es decir hasta el 8 de Octubre.

Paola Bradamante (Italia).