domingo, 24 de octubre de 2010

EDMUNDO TORREJÓN JURADO

EN UN PRINCIPIO

En un principio
era el viento,
la soledad y la arena.

En un principio
era el tiempo,
sin un espacio:
¡vacío!

En un principio
era el rudo
relámpago sin la lluvia.

La Potestad
urgió entonces:
¡Fructifiquemos la vida!

De la semilla
al arado,
del manantial
a la espiga.

Y evidenciando
su Nombre,
forjó la estirpe
del hombre.

Y al hombre
desoló su ausencia:
la sensatez del sofisma,
la frialdad de la ciencia.

La Potestad
apremió
entonces:
El manantial de las artes.

Sin embargo
- ¡asaz fuego! -
del eco
de esas
esencias,
al tiempo,
al hombre arribó el vacío
del comulgar rutinario:

Un aura de mil fulgores,
¡simple ocaso,
no alborada!

La Potestad
aunó entonces,
un sarmiento,
una vendimia,
y al lagar del universo
portó EL VINO
¡sempiterno!

Fue ese albor
una epopeya
pues el hombre
se hizo POETA:

Cantó al prójimo.
A lo justo.
A la mujer de su greda.
A la paz
en los senderos.

Al acre
de las ciudades.
A la miel
de lo campestre.

Brindó al niño la nobleza
de su trovar candoroso.

Al bracero
sirvió su arte
¡estandarte de sus lides!

Y en el Grial
de sus fueros
bebió el numen
de lo místico.

Y en la ermita
del silencio
ungió al Hijo
con su sangre:
¡Retornando
al Cause Eterno!

Xanadú de San Isidro, otoño de 2007.

Edmundo Torrejón Jurado (Bolivia).

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