OTOÑO EN LA CIUDAD VIEJA
La ciudad, más fría en estas tardes, me ha regalado
hoy una serie de imágenes e imaginaciones al caminar sus calles; encontré
laberintos pintados a mano, descascarados por los años, preñados de historias y
secretos bordeando el casco antiguo del (ahora) "gran Santiago".
Deambulé por sitios eriazos, por cités y condominios pretenciosos, por
estructuras edificadas con gran fervor, pero sin embargo fracturadas por el
reciente terremoto.
Me encontré con letreros y rayados añosos, inclusive
uno que llamaba a "votar por Tomic"; había niños y mujeres, hombres
vagabundos, perros sonámbulos que deambulaban por las mismas calles. Históricos
nombres como Andes, Mapocho, Lourdes, Radal, Martínez de Rosas, Herrera, San
Pablo, Balmaceda... Vericuetos en donde busqué explicaciones imposibles que
dieran algún sustento a esto que hoy somos: una megaciudad. A veces buscamos
allí en donde sólo debemos caminar y vagabundear, ahí en donde no cabe razón
sino delirio; buscamos explicaciones para lo insólito y lo cotidiano, para lo
casual y lo anhelado, para el azar y la lógica... Buscamos
un sosiego cuando lo que deseamos es la inquietud, la incertidumbre de un
hallazgo o un error. ¿Por qué tener certezas y conocer los pasos? Pareciera
entonces que extraviarnos fuera un peligro cuando justamente es un crecer, un
develar aquello que, la modernidad, justificó con una revuelta: el tiempo de lo
humano. Todo por descubrir, todo por suceder. En esas calles estaba la
respuesta pero no estaba la razón; los seres se movían prescindiendo de
lógicas, sus cotidianidades sucedían de un modo mágico, imprevisto, casual,
sorprendente... Y pensé que ese era mi mundo, pensé que a esos seres ya los
conocía, pensé que ya habitaba en esas calles y luego me senté en una banca de
plaza y los árboles eran como deseaba fueran los árboles, sentí emoción como
sentí preocupación y frío; todo de una vez, delirantemente único o común...
A veces la historia nos regala estos episodios
singulares para que en ellos encontremos motivaciones de vida, como una flor
deshojada por los primeros rayos del sol, como el despertar de los insectos que
beben del rocío primero...
Luego, en la ineludible hora de la reflexión,
comprendí lo fascinante que es la vida en sus diversas formas y fondos; creí
saber que cada día tiene su afán y cada afán posee su fuerza... Todo viene del
ayer, de antes inclusive, de nunca jamás o de un lugar llamado misterio. Allí
los seres, todos, se habitan y se contienen, algunos son palabras, actos,
retazos, fragmentos, páginas escritas y páginas en blanco; no hay certezas
porque ella es arrogante; sí hay temores, inquietudes, sombras delicadas que al
desnudarlas gimen y sollozan. En ese campo de mundos imaginarios los amantes
son huellas, pasos, tactos, tapas de libro y final de cuentos... Al amanecer se
vuelven nubes, lluvia, otoño, anden, viaje, silbato de tren o aullido de
lobos... Quizás, en esos mundos imaginarios, muchas veces coincidimos o quizás
no y todo sea un pretexto no escrito, silencioso, vago, fugaz...
Escribir entonces (pienso a veces) debe ser así,
ingrávido e inmaterial, etéreo, incierto en su voz calladita. Así podemos
hablar y contarnos, podemos perder las facciones y aún saber quienes somos...
Escribir debe abrir siempre ventanas como posibilidades y no arribar a ninguna
parte, más bien migrar de todas las partes al modo de un desasosiego que invade
nuestra alma y espíritu, al modo de una suplica y un deseo, al modo de una
pasión o un vuelo. Que sea el vértigo del abismo ancestral quien reciba
nuestras existencias, allí todos somos los mismos... Un algo, un trocito de
recuerdo convertido en fantasía. Eso basta, nada más.
La porfía como tenacidad abre baúles y arcanos; dibuja
memorias y futuros; la porfía como voluntad recrea batallas épicas y combates
magníficos, desiguales pero justos. La porfía como inspiración nos vuelve
caminantes, viajeros, exploradores, sibaritas de lo cotidiano, apetentes de lo
sublime, anhelantes de lo pasional... La porfía como ideología dibuja sueños y
pueblos y guerreros y banderas y campos plenos de luna...
Los seres mágicos y bellos poseen nombres sencillos y
magnos; poseen miradas profundas, manos serenas, silencios que son proclamas,
almas que son universos... Están ahí, por ahí, entre las tantas urgencias del
cada uno en el cada día, nada piden, todo lo dan... Pasan, sonríen, saludan,
esperan, caminan, anhelan, inventan mundos preñados de utopía… están, por ahí
están, esperando están…
Víctor E.
González
(Chile).