jueves, 19 de junio de 2014

MARCELA RODRIGUEZ V.




A mi esposo Julio

Y te aferrabas a mis manos
suplicándome que no te abandonara
mientras yo volaba buscando otras dimensiones
sin saber que esa dimensión eras tú
y que laborabas forjando nuestro futuro
pegando pedacitos de fotos en el muro.

Marcela Rodríguez V. (Chile).

VÍCTOR E. GONZÁLEZ



OTOÑO EN LA CIUDAD VIEJA

La ciudad, más fría en estas tardes, me ha regalado hoy una serie de imágenes e imaginaciones al caminar sus calles; encontré laberintos pintados a mano, descascarados por los años, preñados de historias y secretos bordeando el casco antiguo del (ahora) "gran Santiago". Deambulé por sitios eriazos, por cités y condominios pretenciosos, por estructuras edificadas con gran fervor, pero sin embargo fracturadas por el reciente terremoto.
Me encontré con letreros y rayados añosos, inclusive uno que llamaba a "votar por Tomic"; había niños y mujeres, hombres vagabundos, perros sonámbulos que deambulaban por las mismas calles. Históricos nombres como Andes, Mapocho, Lourdes, Radal, Martínez de Rosas, Herrera, San Pablo, Balmaceda... Vericuetos en donde busqué explicaciones imposibles que dieran algún sustento a esto que hoy somos: una megaciudad. A veces buscamos allí en donde sólo debemos caminar y vagabundear, ahí en donde no cabe razón sino delirio; buscamos explicaciones para lo insólito y lo cotidiano, para lo casual y lo anhelado, para el azar y la lógica... Buscamos un sosiego cuando lo que deseamos es la inquietud, la incertidumbre de un hallazgo o un error. ¿Por qué tener certezas y conocer los pasos? Pareciera entonces que extraviarnos fuera un peligro cuando justamente es un crecer, un develar aquello que, la modernidad, justificó con una revuelta: el tiempo de lo humano. Todo por descubrir, todo por suceder. En esas calles estaba la respuesta pero no estaba la razón; los seres se movían prescindiendo de lógicas, sus cotidianidades sucedían de un modo mágico, imprevisto, casual, sorprendente... Y pensé que ese era mi mundo, pensé que a esos seres ya los conocía, pensé que ya habitaba en esas calles y luego me senté en una banca de plaza y los árboles eran como deseaba fueran los árboles, sentí emoción como sentí preocupación y frío; todo de una vez, delirantemente único o común...
A veces la historia nos regala estos episodios singulares para que en ellos encontremos motivaciones de vida, como una flor deshojada por los primeros rayos del sol, como el despertar de los insectos que beben del rocío primero...
Luego, en la ineludible hora de la reflexión, comprendí lo fascinante que es la vida en sus diversas formas y fondos; creí saber que cada día tiene su afán y cada afán posee su fuerza... Todo viene del ayer, de antes inclusive, de nunca jamás o de un lugar llamado misterio. Allí los seres, todos, se habitan y se contienen, algunos son palabras, actos, retazos, fragmentos, páginas escritas y páginas en blanco; no hay certezas porque ella es arrogante; sí hay temores, inquietudes, sombras delicadas que al desnudarlas gimen y sollozan. En ese campo de mundos imaginarios los amantes son huellas, pasos, tactos, tapas de libro y final de cuentos... Al amanecer se vuelven nubes, lluvia, otoño, anden, viaje, silbato de tren o aullido de lobos... Quizás, en esos mundos imaginarios, muchas veces coincidimos o quizás no y todo sea un pretexto no escrito, silencioso, vago, fugaz...

Escribir entonces (pienso a veces) debe ser así, ingrávido e inmaterial, etéreo, incierto en su voz calladita. Así podemos hablar y contarnos, podemos perder las facciones y aún saber quienes somos... Escribir debe abrir siempre ventanas como posibilidades y no arribar a ninguna parte, más bien migrar de todas las partes al modo de un desasosiego que invade nuestra alma y espíritu, al modo de una suplica y un deseo, al modo de una pasión o un vuelo. Que sea el vértigo del abismo ancestral quien reciba nuestras existencias, allí todos somos los mismos... Un algo, un trocito de recuerdo convertido en fantasía. Eso basta, nada más.

La porfía como tenacidad abre baúles y arcanos; dibuja memorias y futuros; la porfía como voluntad recrea batallas épicas y combates magníficos, desiguales pero justos. La porfía como inspiración nos vuelve caminantes, viajeros, exploradores, sibaritas de lo cotidiano, apetentes de lo sublime, anhelantes de lo pasional... La porfía como ideología dibuja sueños y pueblos y guerreros y banderas y campos plenos de luna...

Los seres mágicos y bellos poseen nombres sencillos y magnos; poseen miradas profundas, manos serenas, silencios que son proclamas, almas que son universos... Están ahí, por ahí, entre las tantas urgencias del cada uno en el cada día, nada piden, todo lo dan... Pasan, sonríen, saludan, esperan, caminan, anhelan, inventan mundos preñados de utopía… están, por ahí están, esperando están… 

Víctor E. González (Chile).


SHEINA LEONI HANDEL



ALAS DE MARIPOSA

Como suave mariposa
que aletea entre los prados
y retoza alegremente con
sus pimpollos amados,
se acercan hacia mis labios
los tuyos enamorados.

Cual alas de terciopelo
siento tus suaves caricias,
que me llegan desde el cielo
provocando así la envidia
de esa bella mariposa
que tu dulzura codicia.

Mis ojos se han cerrado
mientras tus manos los rozan
con esos toques tan suaves
como alas de mariposa,
cuando llega tiernamente
y hace el amor a una rosa.

Me recuesto felizmente
en los brazos de mi amado
mientras percibo una brisa
que me hace tan dichosa;

Más las hojas no se mueven,
se mantienen respetuosas,
sonriendo cuando me arrullan 
las alas de mariposa.

Sheina Leoni Handel (Uruguay).


ANTONIO GUSTAVO MACERA



POEMA 36

SENTADO BAJO ESTA INMENSA NOCHE
el mar sólo canta y sólo cantan las olas.
Tu nombre ya no se queja lejano, ya no se queja,
y tu boca llena de silencio ya no me llama,
ya no me llama tu silencio.
Pues, el mar sólo canta y sólo cantan las olas.

Sentado bajo esta inmensa noche,
como a un náufrago en medio del agua,
tu silenciosa marea quiere ahogarme
con sus manos de espuma, con sus brazos de algas.
Así es como, a veces, mi tristeza te plantea.
Así es como, a veces, busco tu voz y tu nombre.

Sentado bajo esta inmensa noche,
sólo la distancia reconoce tus pasos,
y sólo la soledad sabe vivir en mis manos.
Tu barca ya no puede sobrevivir
en mis oceánicas noches de olvido.
Pues, el mar sólo canta y sólo cantan las olas.

Antofagasta, Agosto de 1991

Antonio Gustavo Macera (Chile).


GILDARDO GUTIERREZ ISAZA



ESQUIRLAS SINIESTRAS

Tengo mis manos cubiertas de alambre,
tengo mis ojos teñidos de dolor,
mis pies anudados con el fango;
la nieve que no cesa.
Incertidumbre,
desazón,
soledad.
Una causa, una explicación, la inevitable melodía de la muerte.
Mi designio, mi fortuna, la nocturna vigilia de mi piel,
mi conciencia que reclama, que se remueve como un torrente de pasión.
Errático, casi místico, confuso, mi ser se resiste
y sin embrago
la cerca de alambre, la cámara de gas, aquel inevitable rumor
que emerge de los trenes llenos de hermanos.
Incinerando la hora, devorando la paz,
luego el silencio,
la helada,
la ronda de soldados, los perros que aúllan
y la sirena, aquel silbato que se propaga como una onda,
como la explosión de mi geiser, del montículo de arena que diviso en
la espesura...
cavilo,
pienso,
deseo gritar, entender, morder la cerca de púas con mis dedos.

Mi boca sellada, los ojos vendados y la sonrisa de un niño que sin
saber se dirige,
como buscando un juguete, a los baños donde la muerte con su tinte de jabón
y con su siniestro designio lo marca desde lo más alto del cielo.
La lejanía no existe, la cerca lo impide y aquel terrible repiquetear
de las botas,
la mirada burlona del soldado que en su egocentrismo se ve superior,
soldado de la "nueva raza, del nuevo imperio".
Me circun-navega la muerte y no tengo miedo,
Puedo lanzarme contra ella, desafiar el destello y la descarga,
Amordazar mi piel destrozando uno a unos mis poros...
Me duele la muerte de tantos inocentes,
niños que perderán la oportunidad de la palabra futuro...
juegos, sonrisas, travesuras,
la inocencia que morirá antes del alba;
cubriendo el velo de sus ojos una pregunta que nunca tendrá respuesta.

Mis manos atadas, mis labios sellados, la venda del atardecer para no gritar.
Una raza que se enardece, que emancipando sus luchas ve morir los pétalos de
la noche.
Mi piel, mis ojos, mi boca, mi pensamiento
una raza que gravita queriendo apuñalar el vacío, la resequedad de la sirena,
la bota que suena, la plenitud de la muerte.
Me siento impotente ante tanta degradación.
Un nuevo tren,
otros ojos,
los míos,
los del anciano,
los tuyos.
Un nuevo siglo y la soga que pende anunciando el final y el principio.
¿Acaso el pasado no es presente y el presente no nos conduce al pasado?
Mezcla tóxica del hombre y la locura que hoy puede surgir de las
esquirlas del pasado
hondeando la sangre de mi amado pueblo Judío
O de cualquier pueblo del mundo.

Gildardo Gutierrez Isaza (Colombia).