jueves, 19 de junio de 2014

VÍCTOR E. GONZÁLEZ



OTOÑO EN LA CIUDAD VIEJA

La ciudad, más fría en estas tardes, me ha regalado hoy una serie de imágenes e imaginaciones al caminar sus calles; encontré laberintos pintados a mano, descascarados por los años, preñados de historias y secretos bordeando el casco antiguo del (ahora) "gran Santiago". Deambulé por sitios eriazos, por cités y condominios pretenciosos, por estructuras edificadas con gran fervor, pero sin embargo fracturadas por el reciente terremoto.
Me encontré con letreros y rayados añosos, inclusive uno que llamaba a "votar por Tomic"; había niños y mujeres, hombres vagabundos, perros sonámbulos que deambulaban por las mismas calles. Históricos nombres como Andes, Mapocho, Lourdes, Radal, Martínez de Rosas, Herrera, San Pablo, Balmaceda... Vericuetos en donde busqué explicaciones imposibles que dieran algún sustento a esto que hoy somos: una megaciudad. A veces buscamos allí en donde sólo debemos caminar y vagabundear, ahí en donde no cabe razón sino delirio; buscamos explicaciones para lo insólito y lo cotidiano, para lo casual y lo anhelado, para el azar y la lógica... Buscamos un sosiego cuando lo que deseamos es la inquietud, la incertidumbre de un hallazgo o un error. ¿Por qué tener certezas y conocer los pasos? Pareciera entonces que extraviarnos fuera un peligro cuando justamente es un crecer, un develar aquello que, la modernidad, justificó con una revuelta: el tiempo de lo humano. Todo por descubrir, todo por suceder. En esas calles estaba la respuesta pero no estaba la razón; los seres se movían prescindiendo de lógicas, sus cotidianidades sucedían de un modo mágico, imprevisto, casual, sorprendente... Y pensé que ese era mi mundo, pensé que a esos seres ya los conocía, pensé que ya habitaba en esas calles y luego me senté en una banca de plaza y los árboles eran como deseaba fueran los árboles, sentí emoción como sentí preocupación y frío; todo de una vez, delirantemente único o común...
A veces la historia nos regala estos episodios singulares para que en ellos encontremos motivaciones de vida, como una flor deshojada por los primeros rayos del sol, como el despertar de los insectos que beben del rocío primero...
Luego, en la ineludible hora de la reflexión, comprendí lo fascinante que es la vida en sus diversas formas y fondos; creí saber que cada día tiene su afán y cada afán posee su fuerza... Todo viene del ayer, de antes inclusive, de nunca jamás o de un lugar llamado misterio. Allí los seres, todos, se habitan y se contienen, algunos son palabras, actos, retazos, fragmentos, páginas escritas y páginas en blanco; no hay certezas porque ella es arrogante; sí hay temores, inquietudes, sombras delicadas que al desnudarlas gimen y sollozan. En ese campo de mundos imaginarios los amantes son huellas, pasos, tactos, tapas de libro y final de cuentos... Al amanecer se vuelven nubes, lluvia, otoño, anden, viaje, silbato de tren o aullido de lobos... Quizás, en esos mundos imaginarios, muchas veces coincidimos o quizás no y todo sea un pretexto no escrito, silencioso, vago, fugaz...

Escribir entonces (pienso a veces) debe ser así, ingrávido e inmaterial, etéreo, incierto en su voz calladita. Así podemos hablar y contarnos, podemos perder las facciones y aún saber quienes somos... Escribir debe abrir siempre ventanas como posibilidades y no arribar a ninguna parte, más bien migrar de todas las partes al modo de un desasosiego que invade nuestra alma y espíritu, al modo de una suplica y un deseo, al modo de una pasión o un vuelo. Que sea el vértigo del abismo ancestral quien reciba nuestras existencias, allí todos somos los mismos... Un algo, un trocito de recuerdo convertido en fantasía. Eso basta, nada más.

La porfía como tenacidad abre baúles y arcanos; dibuja memorias y futuros; la porfía como voluntad recrea batallas épicas y combates magníficos, desiguales pero justos. La porfía como inspiración nos vuelve caminantes, viajeros, exploradores, sibaritas de lo cotidiano, apetentes de lo sublime, anhelantes de lo pasional... La porfía como ideología dibuja sueños y pueblos y guerreros y banderas y campos plenos de luna...

Los seres mágicos y bellos poseen nombres sencillos y magnos; poseen miradas profundas, manos serenas, silencios que son proclamas, almas que son universos... Están ahí, por ahí, entre las tantas urgencias del cada uno en el cada día, nada piden, todo lo dan... Pasan, sonríen, saludan, esperan, caminan, anhelan, inventan mundos preñados de utopía… están, por ahí están, esperando están… 

Víctor E. González (Chile).


No hay comentarios:

Publicar un comentario