I° PREMIO INTERNACIONAL DE POESÍA MANUEL
ACUÑA EN LENGUA ESPAÑOLA (2013)
Resulta
siempre muy emotivo realizar un viaje como este. No sólo por la razón de este
encuentro, al recibir el premio internacional de poesía Manuel Acuña en lengua
española, en su primera convocatoria, auspiciado por el gobierno del Estado de
Coahuila de Zaragoza, a través de la Secretaría de Cultura. Diría que llegar a
México es reencontrar a mis ancestros, pues mi tatarabuela era de esta nación, quien se casara con un chino y
el destino los hizo llegar a la isla de Cuba, quizás con la pretensión de
regresar con el paso de los años a su casa en Mérida, cosa que nunca sucedió.
Definitivamente es este un viaje que como deuda de gratitud tenía que asumir
por mi otra familia y créanme que es un honor hacerlo con poemas por estas
tierras que tanto ha aportado al legado cultural del continente.
Sería
imposible signar la historia artístico-literaria de América sin hablar de
México. También creo que sería imposible hablar de los vínculos entre México y
Cuba si no abordamos las relaciones y el cariño que se han tenido artistas y
escritores de estos países. Por lo que
al recibir este reconocimiento me llegan a la memoria múltiples ejemplos, que
intento traer a colación. Particular ha sido la huella del muralismo de este
país que a través de pintores tan significativos y emblemáticos como Diego
Rivera, José Clemente Orozco y Alfaro Siqueiros, crearon una tradición
importante al captar el elemento mestizo o indígena que estereotipaba un modo
de pensar desde este gran continente. De allí su aporte a las artes plásticas
cubanas visto desde la obra de Eduardo Abela, Carlos Enríquez o el propio
Mariano Rodríguez, reflejado en el campo cubano, en ese modo de asumir la
ruralidad y la imagen del guajiro. Algo parecido ocurre en la obra de una
extraordinaria artista cubana como Amelia Peláez donde la impronta del muralismo se descifra
claramente en un mural que hiciera para la capilla del antiguo colegio
Salesiano de Santa Clara, que refleja la figura de Don Bosco, en el año 1956, o
en otro mural, este a la intemperie, que hiciera para el Hotel Habana Hilton,
hoy Habana Libre, donde las formas buscan una originalidad inusual.
Otra
huella está en un insigne artista también de la provincia donde resido, al
captar de modo acertado el elemento del mestizaje, en este caso chino-cubano;
estoy hablando de Wilfredo Lam, presente en varios museos de México por la valía
de su obra. Cabe destacar, incluso, que
en los temas afroamericanos, está presente el elemento mexicano, por
naturaleza, y es este un término bien complejo cuando descubrimos en una obra
tan interesante como la de Teodoro Ramos Blancos, cómo el elemento negro se
puede apreciar en la imagen de una mujer negro tallada en mármol blanco, esa
expresividad sería imposible dibujarla si no tomamos como referencia la
impronta que nos dejan las artes plásticas mexicanas. Esos elementos no sólo se
perciben en las imágenes, sino también en el color, en esa intensidad que nos
dejan los cuerpos, los paisajes. Una extraordinaria pintora como lo fue Frida
Kahlo, que intentó constantemente autodefinirse, está identificando a la mujer
mexicana, sus desgarraduras y la necesidad de vindicarse, algo que de modo muy
interesante, y diría peculiar, mantiene sobre la mesa la obra de la pintora
cubana Zaida del Río, en esas claves tan enigmáticas de abordar lo femenino. El
colorido de esas imágenes que pudieran agredirnos, en cierto momento, es
reflejo inequívoco de esa otra necesidad de pintar la mujer actual cubana y de
transformarla. Hay una autoflagelación que más que llamar la atención nos está
convocando al diálogo, a los derechos del género, al papel de la mujer en la
propia sociedad.
Es
también memorable el acercamiento de estos países en la música, reflejando el
sentido de lo que significa Teotihuacán, como ese lugar exacto donde los
hombres se convierten en dioses, es decir donde triunfan. Por lo que a estas
tierras llegó Ignacio Villa Fernández, conocido por Bola de Nieve, y fue aquí,
precisamente, donde triunfó junto a otra grande de la música cubana, Rita
Montaner. Se dice que una vez que llegaron, en 1933 ésta mandó a poner en un
anuncio, sin consultárselo a Bola: “Rita Montaner, con su pianista Bola de
Nieve”, que definitivamente tuvo que asumir Bola ante un malestar en la salud
de Rita. Ella sabía que así era conocido el músico quien fuera reconocido por
sus interpretaciones de Babalú de Margarita Lecuona, Ay, mamá Inés de Eliseo
Grenet, y de Chivo que rompe tambó y El Manicero de Moisés Simons, entre otras.
Pero no es casual, aquí también llegó Benny Moré, Dámaso Pérez Prado, y otros.
Estas tierras descubrieron el éxito de Enrique Jorrín, con su chachachá y otros
tantos músicos que se haría interminable citar en este apretado espacio.
Resulta
que el pueblo de México siempre ha estado al lado de Cuba, y es que nuestra
isla se une al continente americano a partir de esta Nación. Aquí el cubano ha
encontrado su segunda patria, sus aliados, sus verdaderos hermanos. En los
predios de la literatura, también está presente esa relación, esos vasos
comunicantes. La impronta de la obra de Juan Rulfo y la de Juan José Arreola,
este último jurado en varias ocasiones del premio Casa de las Américas, son
evidentes.
Desde
Cuba, esa tradictio de aportación al
panorama de las letras mexicanas se viera de modo palpable en los artículos que
publicara José Martí en varios periódicos de época, o el propio José María
Heredia en publicaciones que fundó o apoyó en medio de una difícil situación
política, baste mencionar las Revistas El Iris, en los meses de febrero a junio
de 1826, Miscelánea (Tlalpam, septiembre 1829-abril, 1830), Toluca, (junio
1831- junio de 1832), La Minerva en 1833, y en periódicos como El amigo del Pueblo
(1827-1828), El Conservador (1831), El Fanal (1831-1833), y Diario del Gobierno
(1838-1839). Según nos comenta el poeta cubano Angel Augier: “En Toluca, donde
era Ministro de la Audiencia de México el propio Heredia publicó en 1832 la
segunda edición de sus poesía, en dos tomos. En el primero, incluyó los poemas
de amor y las imitaciones, en el segundo, los poemas filosóficos y
descriptivos, sus versiones del falso Osián y las que denominó poesías
patrióticas, que comprendían las relativas a Cuba y a motivos de otros países
latinoamericanos” [1].
Esa
relación desde la escritura, se asume de modo muy evidente en un sentido
dialógico, para entender un poema escrito en dos versiones donde un poeta
cubano como Emilio Ballagas nos brinda un homenaje a Sor Juana Inés de la Cruz,
y escribe: Húyeme, yo te huiré, más si me buscas/ resuena un eco en ti de lo
que sueño, / el corazón suspenso en el desvelo. Huye de mí porque valor no
tengo/ ni tú quizás para que encarcelada / dejes quebrar tu mano entre las
mías. O ven, entra en las fieras galerías; / que ya como una mina ofrezco el
pecho/ pozos de amor, cavernas de dulzura- / a la linterna de pupila muda, al
hierro que entra sordo por la herida.
Esos
diálogos a través de la poesía también están presentes en poetas como Eliseo
Diego, quien residiera en México, y otros poetas de la conocida generación
origenista en Cuba o en la labor de un autor tan extraordinario como Juan
Marinello quien fuera profesor del Colegio de México y donde estudió nuestra
gran Mirta Aguirre, y ambos trajeron a Cuba las cenizas de Julio Antonio Mella,
líder estudiantil que luchó fervientemente contra la dictadura machadista y que
fuera asesinado en ciudad México por orden de ese dictador. Pero también
debemos buscar esos vínculos en el escenario de la obra de escritores mexicanos
como Carlos Pellicer, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, y Eduardo Lizalde, para
mencionar algunos. Un hecho peculiar que hoy se advierte en la poesía
americana, y en particular, tiene un paisaje ganado en México, es la dimensión
que alcanza la poética de José Lezama Lima, a partir de los estudios de Severo
Sarduy sobre el barroquismo y la tendencia neobarroquista que existe en alguna
zona de la poesía de este país, tan demodé entre jóvenes escritores. Resultaría
importante consignar que Lezama viajó a México en 1949, dejando evidencia de su
estancia en algún pasaje de Paradiso, así como en una carta fechada el 18 de
octubre del propio año, dedicada a su madre donde consigna que vivía “de sorpresa
en sorpresa, del mucho agrado al otro agrado en que todo se nos presenta como
revelada maravilla”. Imagino al autor de “Enemigo rumor”, bajo este cielo
cuando en la propia misiva delataba “la emoción adecuada que debe tener un
católico americano para mostrar su fe en una forma alta y condigna”.
De
tal modo que hay ganancias escriturales a partir del acercamiento de las letras
cubanas y mexicanas a través de los siglos. Esa comunión nos permite aseverar,
que desde la literatura se está pensando desde la perspectiva del hombre
americano, a diferencia de épocas pasadas donde era lógico y justificable la
influencia que marcaban las vanguardias europeas. Hay en la literatura actual
en nuestro continente una necesidad de reposicionar no sólo al ente escribiente,
sino también la historia, y en el escenario que hoy se edifican tanto en Cuba
como en México se consolida este punto de vista, que necesitarían quizás ser
con mayor tiempo abordado. Sería óbice decir que en Cuba se ha publicado a
través de una institución tan paradigmática como Casa de las Américas la obra
de Amado Nervo, Sor Juana Inés de la Cruz, José Emilio Pacheco, Juan Bañuelos,
lo que nos evidencia la riqueza de este
intercambio. Resulta emotivo apuntar que gracias a una propuesta realizada por
Carlos Pellicer, en 1967, cuando viajó a la Isla de Cuba para participar en el
Encuentro sobre Rubén Darío, propuso la creación de un centro de
investigaciones literarias en la Casa de las Américas, algo que fuera según nos
comparte el escritor cubano Juan Nicolás Padrón “acogido con entusiasmo por
Haydée Santamaría” [2], presidenta de
esta institución por esos años.
Pero
volvamos al premio que hoy compartimos. Noble empeño, pudiera decirse, han
tenido ustedes, representantes del Gobierno del Estado de Coahuila de Zaragoza,
los organizadores del evento, por homenajear tan dignamente al autor de
“Nocturno a Rosario”, que ciertamente es un escritor también de toda América,
coetáneo con otro de los grandes bates del continente. Me refiero a José Martí,
que en una devoción y admiración extrema, escribiera en el Federalista,
periódico mexicano, el 6 de diciembre de 1876: “Y era gran poeta aquel Manuel
Acuña. Él no tenía la disposición estratégica de Olmedo, la entonación
pindárica de Matta, la corrección trabajadora de Bello, el arte griego de
Téophile Gautier y de Baudelaire, pero en su alma eran especiales los
conceptos; se henchían a medida que crecían; comenzaba siempre a escribir en
las alturas.” Y ciertamente era esta una relación de admiración y respecto que
el precursor del modernismo, descifraba ciertamente en la obra de Acuña, una
gran revelación y un signo muy particular.
Tal
es el hecho de que cuando este muere, en este mismo texto que titulaba con el
nombre del bardo refiere: “Hoy lamento su muerte: no escribo su vida; hoy leo
su nocturno a Rosario, página última de su existencia verdadera, y lloro sobre
él, y no leo nada. Se rompió aquella alma cuando estalló en aquel quejido de
dolor […] Y aseado, y
tranquilo, acallando con calma aparente su resolución solemne y criminal,
olvidó, en un día como este, que una cobardía no es un derecho, que la
impaciencia debe ser activa, que el trabajo debe ser laborioso, que la
constancia y la energía son las leyes de la aspiración: y grande para desear,
grande para expresar deseos, atrevido en sus incorreciones, extraño y original
hasta en sus perezas, murió de ellas en día aciago, haciéndose forzada
sepultura; equivocando la vía de la muerte, porque por la tierra no se va al
cielo y abriendo una tumba augusta, a cuya losa fría envía un beso mi afligido
amor fraternal”. Esa fraternal mirada del apóstol cubano, se acentuaba en otros
textos que el maestro escribiera ¾a posteriori¾ como latente admiración por Manuel Acuña, a quien
llamó también un discutidor modesto de la Sociedad Netzahualcóyotl.
Lo
cierto es que al recibir este premio, retomo esos lazos indisolubles entre
nuestras naciones, la fe de que con la poesía podamos abrir nuevas puertas al
entendimiento, la sabiduría y la justicia. Es con la poesía que podemos construir
nuevas catedrales y apostar por ese mejoramiento humano del que habló Martí. He
tenido hoy la fortuna de escribir estas palabras y aceptar este reconocimiento
admirado por la cultura que hoy se percibe en este continente americano, y
subrogándome en lugar y grado de todos los poetas que han participado,
conocidos o no, brindando siempre en esta ocasión por este 140 aniversario
luctuoso del poeta saltillense.
Artefactos
para dibujar una nereida, es la obra que tuvo la fortuna de ser seleccionada en
esta primera convocatoria del evento. Un libro siempre encierra un tiempo, y en
este que entrego, le confieso, ha sido un período de divertimento pues creo que
la literatura debe asumir los desafíos del propio arte escritural, y en lo
particular del lenguaje, lo que resulta para mí un gran deleite. Esa relación
con el lenguaje me ha permitido una voz más versátil para hablar del tiempo.
Quizás reconocer la impresión que tuve al descubrir un niño parapléjico que
pintaba con su boca ángeles. Ese acto, como exorcismo de otras vidas, pudiera
figurar en estas páginas que el lector debe asumir como un vago desasosiego.
Son
estos mis modestos criterios ¾a priori¾ sobre la emoción que todavía albergo al conocer de este resultado.
Había tenido la suerte de ganar otros premios, de lograr ciertos
reconocimientos con mi obra. Así salieron a la luz, poemarios como: Unidos por
el agua, Bajo el signo del otro, Los inciertos dominios del escriba, Aún nos pertenece el otoño, Las naves que la
ausencia nombra y Hay quien se despide en la arena, para nombrar algunos de los
títulos de mis 19 libros publicados. Con ellos he viajado por Argelia, España,
Venezuela, Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia y México, país este que
admiro como mi segunda patria. Por lo que esta será la ocasión propicia de
llegar a Coahuila con un módulo de libros cubanos, que compré en mi país, para
traerlos y donarlos a la biblioteca de este Estado, este pudiera ser mi modesta
entrega junto con esos versos que ya no son míos, que no me pertenecerán, pues
formarán parte como razón de este encuentro, a la cultura de esta gran nación.
Resultaría
atinado consignar la repercusión que tuvo este reconocimiento en los medios de
la provincia donde resido, no así –lamentablemente- en algunos medios de
divulgación de carácter nacional en Cuba, espacios que ya tienen como costumbre
la de omitir las verdaderas realidades
que se escenifican en la isla, incluso en los predios de la cultura, limitando
al pueblo cubano de la noticia real, inmediata y de impacto societario. No
obstante, más que hablar de esos medios que ya han perdido mucha credibilidad
en mi país, que los cubanos conocemos, quiero traer a colación el pensamiento
martiano de que “Patria es humanidad”, para en este acto hacer justo reclamo
por la liberación de cuatro cubanos, ellos son: Gerardo Hernández Nordelo,
Antonio Guerrero Rodríguez, Fernando González Llort y Ramón Lamañino Salazar,
quienes han sido víctimas de violaciones en las garantías procesales del debido
proceso que contra ellos se ha realizado en los Estados Unidos de América,
amparándome –in sito- en la letra de la quinta en relación con la sexta
enmienda de la Constitución de ese país, al ser el resultado sus causas penales
del odio del gobierno norteamericano contra mi patria. No pudiera yo terminar
este discurso de agradecimiento, sin la convocatoria, oportuna y digna, a todos
ustedes para que se sumen a esta lucha.
Agradecer
una vez más a los organizadores, de modo muy especial al Gobernador, el Señor
Rubén Moreira Valdez, así como a la Secretaría de Cultura, en la persona de la
Señora Ana Sofía García Camil, a los integrantes del jurado, y a todos los que
han participado en este empeño, hoy realidad, en el escenario donde todos los
medios de divulgación mexicanos y creadores hispanoamericanos, han estado
atentos por este acontecimiento que no terminará exactamente el 6 de diciembre
del año en curso, infiero. Pues hoy todos tenemos un mayor compromiso y sabemos
más de la obra de Manuel Acuña, por lo que será el tiempo cierto para volver sobre
él e imaginar que también estuvimos frente a su cadáver, aquel otro 6 de
diciembre pero de 1873, mirando las innumerables lágrimas de sus ojos
dispuestos ya a lo eterno. Como bien nos recuerda Juan de Dios Peza, al retomar
los versos del bardo: “como deben llorar en la última hora / los inmóviles
párpados de un muerto”. Muchas Gracias.
Discurso
de agradecimiento
México,
6 de diciembre de 2013
Luis
Manuel Pérez Boitel (Cuba).
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