UN CUERNO DE CAZA
El tiempo memorial es aquél que habló de ciudades,
barrios, caseríos, lugares sempiternos… catedrales ancestrales, casas
clandestinas, poetas y astrónomos cautivando universos, estrellas, llantos
infantiles, sueños. Desde sus balcones perennes era posible seguir el día, ser
al modo del mundo los mundos; allí todo convergía en sombras solemnes, mágicas.
Todo era coral, multitudinario en un crepúsculo sereno
de amantes y amores proscritos. Todos los puntos cardinales en el centro de una
plaza; la totalidad de la existencia entre pasillos y puertas multiplicadas en
umbrales y geometrías. No siempre el tiempo fue este
tiempo, hubo otros, muchos, varios, infinitos; hubo tiempos del fuego, de la
piedra, de los cristales y sus reflejos. Tiempos del hierro, de las sombras
conjuradas por los sueños. Tiempo de marchas y marchantes, de batallas hermosas
y sublimes, de amores peregrinos y rebeldes…
Antes de ahora he sido todo y nada; una
sombra lacerada por el frío, unos pasos extraviados en otros pasos; He sido un
secreto combate o una quimera de cantos y cuerpos y banderas; he sido una
charca, un puñado de tierra, un juego de niños, un volantín perdido en los
cielos…
Libertario he sido o sólo una cadena, un
grillete en mis pies. Una consigna gritada en coros infinitos. La fuga he sido,
el retorno eterno, un abrazo, quizás un beso, una lágrima, una gota de sangre…
He sido un trozo de cristal azul y he sido
los fantasmas azules de toda historia; fuego he sido, piedra, disparo certero,
rabia, furia, asalto…
Tal vez he sido un despertar, unos caminos
dibujados a mano, huellas, pasos, lluvia sin duda; golpe de piedra, fricción
auroral, ocaso cada vez y luego otra vez palabra, silencio, un cuerno de caza
que me llama, y vuelo, salto, me desespero.
Golpe, fricción, embestida, una piedra sobre otra piedra,
llamarada, dolor y tristeza, un café que se enfría; un tren que me olvida, un
amor que me olvida, una tierra que me olvida… secreto, clandestino, proscrito,
relegado, exiliado, en la ciudad y sus sueños…
Percibí la agonía del tiempo en mis manos
cansadas; dibujé la guerra implacable en mis labios, fui un espejo negro; un
rayo, una marea infinita de llantos que luego fue amor leve y fugaz…
Tantas cosas he sido y parece que el
tiempo no se agota; rebelión, barricada, consigna, un beso antes de la muerte…
Un trozo de carbón, una piedra de cobre o
plata, montañas de sal, pequeñas barcas con sus navegantes impenitentes;
arcilla, barro, tarde, noche; todo es
posible cuando los pueblos sueñan…
Derribar los muros, aplacar las infamias,
arder de hierros incandescentes para aplacar las bestias; mezclas incendiarias.
Magia del fuego y los pueblos… los pueblos, aquellos cotidianos seres, esos de
largos silencios, desprovistos de la palabra, a veces sometidos, muertos en el
anónimo ejercicio del imaginar. Todos aquellos hombres y mujeres, jóvenes y
ancianos, campesinos añosos de tierras vetustas, obreros soñados en el
despertar del mundo, los cotidianos seres de las ciudades, los pobladores de
quimeras… se despiertan un día de la larga noche, se sacuden la niebla que los
envolvía y abren sus bocas colmadas de versos iracundos. Entonces marchan,
encienden fogatas en los llanos, se olvidan de olvidar y reclaman lo de
costumbre: tierra, pan y libertad….
Al modo del silencio, en el origen de la vida,
acontece la pregunta sin respuesta; luego se suceden las lluvias, la espera, el
tiempo que transcurre en soles y lunas. Todo parece infinito, continuo, eterno.
La urgencia de los pueblos puso en pie montañas,
monumentales esfinges aún no creadas; a lo largo de la vida los otoños precedieron primaveras y luego los
campos embellecidos de colores y formas tejieron la memoria de los seres.
¿Cuántas veces creímos ser libres y sin embargo no lo fuimos? Sólo una palabra
soñada en mil lenguajes, escrita con trazo urgente, imaginada en vuelos, en
travesías magnificas por los siete mares de la historia.
Un silencio esencial preñado de ecos, desbordado de
ansias y huellas; batallas más allá de las fronteras conocidas; un amor secreto
en secretas esperanzas. Silencio de epifanía, de iracunda verdad proscrita.
Algo acontece más allá del lenguaje y entonces somos una lagrima, un beso, una
caricia, un rayo enceguecedor; pareciera
entonces que somos la ausencia, la imposibilidad del tiempo ya sin tiempo. Todo
va más de prisa que mis pasos…
He sido un trozo de cristal azul y he sido
los fantasmas azules de toda historia; fuego he sido, piedra, disparo certero,
rabia, furia, asalto…
Tal vez he sido un despertar, unos caminos
dibujados a mano, huellas, pasos, lluvia sin duda; golpe de piedra, fricción
auroral, ocaso cada vez y luego otra vez palabra, silencio, un cuerno de caza
que me llama, y vuelo, salto, me desespero.
Tantas cosas he sido y parece que el
tiempo no se agota; rebelión, barricada, consigna, un beso antes de la muerte…
Víctor E.
González
(Chile).
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