Hilo invisible,
delgado y fugaz,
donde crepita como
leña herida la vida.
Un abismal sendero
nos separa, nos aleja
de aquella vagatela
de sueños y utopías
cuando ese delgado
hilo se rompe y en segundos
la muerte acecha.
Límite insondable,
profundo y eterno,
no presentido
siquiera…
Augurio que nadie
teje,
madeja de luz tendida en el
horizonte de la tierra,
despertar, soñar y
morir.
Cerca del mundo, de
la nada, de la oscuridad total.
Firmamento de la
conciencia que anuda
dejando tras de sí
una larga red de dolor.
Recodos,
laberintos, paradigmas y misterios
que como telarañas
rondan en sus lentos
y densos jardines
de locura y desvarío.
La muerte ronda con
su tic-tac imparable
lento y constante,
péndulo sin fin que pende
sobre nuestras vidas
haciendo endeble el carruaje del destino.
Hilo delgado,
invisible y efímero que se rompe
ante los ojos
incrédulos en un sordo estertor
que arrebata los más
encumbrados o sencillos sueños.
Silencio
impaciente, horas dilatadas,
embriaguez de los
sentidos, amargura del amanecer.
Entrecortado por
los susurros el féretro se dibuja siniestro
sobre la alfombra
roja.
Vista velada,
crepúsculo sin presagio
caminos que se
bifurcan para nunca más volver.
Hilo que cruje
cuando al final se desdibuja la noche
en aquel eterno
olvido que seremos:
el recuerdo.
Gildardo
Gutiérrez Isaza (Colombia).
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