UN AMIGO PARA BRUJILDA
Se dice que en un pueblito alejado de la ciudad vive una pequeña llamada María. Ella es una niña muy solitaria y no tiene amigos, ya que es muy diferente al resto de los chicos de su edad. No le gusta jugar ni a la mancha ni al escondite, prefiere sin duda alguna pasar las horas leyendo libros de magia y practicando nuevos hechizos frente al espejo. Por eso, la gente que la conoce la llama Brujilda.
Un día, muy aburrida la pequeña se propuso salir a dar un paseo por el pueblo. En el camino vio pequeñas casitas rodeadas por verdes árboles y florecitas de colores. También vio perros y gatos descansando sobre la vereda y miles de personas trabajando afuera. Cuando se quiso acordar había recorrido casi todo el pueblo y decidió regresar a su casa, pero en ese presiso instante, al mirar hacia un costado encontró ante sus ojos una pequeña plaza repleta de juegos, entre ellos columpios, toboganes y calecitas. Por momentos sintió muchas ganas de volver, pero alguien le hizo cambiar de idea. Sentado sobre la arena jugaba con un balde y una pala un niño morocho de ojos muy claros como la luz del sol y piel morena. Intentaba hacer montañas de arena muy grandes, pero no le salían de la forma que él quería y con un gesto de bronca en su cara las derrumbaba una y otra vez. Pronto su carita se llenó de lágrimas. María muy apenada por ello le ofreció su ayuda:
- ¿Que te sucede? preguntó ella.
- Nada en que me puedas ayudar dijo el niño secándose el llanto con el puño de su mano.
- Si quieres podemos ser amigos dijo Brujilda.
- ¿Quieres jugar conmigo? dijo él.
- ¡Por supuesto! contestó la pequeña.
- ¿Qué te parece si armamos un castillo? dijo él.
Ella aceptó y se entusiasmaron tanto que el castillo cada vez fue más grande. Al verlo tan enorme decidieron ponerle puertitas y ventanas... el castillo era realmente increible, pero había un pequeño problema ¡El techito del castillo se caía cada vez que intentaban colocarlo!
- ¿Qué haremos ahora? dijo el pequeño con un gesto de pena.
- No te preocupes ¡Ya tengo la solución! dijo ella.
Pronunció sólo tres palabras: ¡Techis congelatius ya! y el techo no se volvió a caer nunca más...
El niño quedó sorprendido y Brujilda desde ese día tiene con quien compartir sus trucos y aprendió que la magia y la amistad siempre viajan juntos.
Justina Cabral (Argentina).
domingo, 25 de julio de 2010
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