EL CUENTACUENTOS
Otro amanecer lo sorprendió en su escritorio, con el papel en blanco en frente, su única pasión la escritura de cuentos de suspenso había quedado en suspenso…
Lo que creía inagotable se había ya agotado, no sabía que escribir…
Se preguntó entonces si era hora de cambiar de género.
Su voz interior dijo que no, que fuera paciente, que la inspiración llegaría nuevamente antes que él pensara en ella.
Se sintió agotado y cayó preso del sueño en ese sillón de cuero negro apoyando sus dos brazos sobre el escritorio.
Como nunca su descanso fue plácido hasta que el sueño se hizo presente:
Lenguas de fuego se desprendían de la ciudad, como azoradas por gigantes dragones, las casas aledañas a la suya se convertían en polvo y él solo caminaba por allí sin siquiera sentir el calor.
La tierra se abría tras su paso y se tragaba literalmente todo lo que estaba a su alcance.
Al final de la calle se podía ver un túnel pero no más allá, corrió hacia él como buscando refugio, se adentro y cada vez que hacía un paso la tierra temblaba y la oscuridad se hacia más y más espesa.
Llegó al punto en que no podía ver nada, sólo sentía ruidos extraños, como arañazos dados a una pared.
Tanteo para encontrar las paredes de ese túnel pero sus manos tocaban la nada.
Se sentía extraño, su respiración era entrecortada, de pronto escuchó voces, más bien susurros provenientes de debajo de sus pies, se inclinó y trató de hallar el suelo, mas la nada seguía también por debajo de sus zapatos.
No entendía como podía estar flotando en la nada, si hasta ese momento todo estaba quedando en ruinas.
Al fin se despertó y comenzó a escribir un cuento que no dice nada, pero él lo escribió todo.
Al fin y al cabo este escritor nunca fue bueno para contar cuentos.
Gabriela Fiandesio (Argentina).
domingo, 26 de septiembre de 2010
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