LA ABUELITA QUE VIVÍA ATRÁS DEL MAR
En una pequeña casa, más allá de este planeta y hecha todita toda de madera, una ancianita de no más de 80 años, tejía y tejía sin cansancio un saco de todos colores, colores que en este mundo no existen ni aunque queramos. Las horas pasaban lento y la viejita seguía allí, intentaba con la paz de su paciencia dar fin a aquella prenda. El reloj, por fín se despertó, y caminó hasta las doce apresurado ¡Casi corriendo diría yo!
Entonces, la anciana apoyó con fuerza su bastón en el suelo y dando un ligero envión hacia adelante se paró.
Luego, se arrimó a la estufa de leña, acercó sus manos al fuego y una vez que ya no sintió frío, se acercó a la cocina, bebió un tazón de leche tibia y se recostó cansada en un sillón tipo cama, en el que habitualmente solía tomar un descanso.
Cada mañana, la abuelita cepillaba sus dientes, desayunaba un té con leche, y pasaba un largo rato junto a la ventana, esperando a que baje la marea para salir un ratito a tomar sol. Cuando la marea crecía mucho, los peces con cachetes de bizcochos y ojos de aceitunas salían a nadar, y nadaban tanto pero tanto, que a veces, y hasta sin darse cuenta, llegaban hasta la ventana de la anciana, pegando aletazos que hacían retumbar toda la casa. En fin, como ven no es nada fácil vivir atrás del mar.
Un día de aquellos, de los menos pensados, pero pensados en fin, sus nietecitos, que hace mucho tiempo que no la veían, planearon hacer un viaje hasta su casa, para pasar junto a ella un día divertido ¿Y por qué no también aventurero? Pero cuando Santiago y Javier se adentraron en el largo camino a la casa de su abuela, se vieron desorientados, y desesperados, casí temblando de miedo, pidieron ayuda a un señor que por allí pasaba, sin embargo, el muy antipático hombre no quiso tenderles su mano.
No paso más de un minuto cuando encontraron a un señor, un poco misterioso, que al parecer trabajaba en una gran tienda, vendiendo todo tipo de líquidos, líquidos de esos mágicos con los que uno puede hacer maravillas y hechizar a humanos. Los niños le contaron al hombre que estaban perdidos y el hombre con una voz muy aguda les dijo:
-No teman niños ¡Yo tengo la solución! Y con una sonrisa entre dientes, les mostró un líquido rojo fuego, y les pidió que lo bebiesen.
Los niños bebieron la infusión y en un super flash más rápido que la luz, se transformaron en Super Heroes, volaron hasta el más alla y aterrizaron justo allí, detrás del mar. ¡Y esa fue la aventura más grande que los niños habían experimentado en sus vidas!
Justina Cabral (Argentina).
sábado, 27 de noviembre de 2010
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