sábado, 11 de junio de 2011

LUIS MANUEL PÉREZ BOITEL

ROBERTO SOSA: VIVO EN UN PAISAJE DONDE EL TIEMPO NO EXISTE


 Si, yo vivo aquí, o más bien muero. /  Aquí donde la sombra purísima del niño / cae en el polvo de la angosta calle. Nada me haría negar, decirle al mundo, que volviera a descubrir nuevamente bajo el cielo de Tegucigalpa al poeta Roberto Sosa cuando me daba la bienvenida aquella noche de abril, que me abrazaba y dedicaba alguno de sus libros, con cierto sigilo, durante los días en que visité su país. Ganador como yo del premio Casa de las Américas, me había confiado su amistad y cariño bajo una hermosísima dedicatoria de su Antología personal, que en su cuarta edición publicaba la Editorial Atlántida, la que precisamente inaugura con un extraordinario texto dedicado a la capital del país. Creo que uno de los poemas más hermosos que he podido leer que tiene como leit motiv la ciudad. Y es que las manos del poeta habían ya fraguado la imagen de Los pobres, como titularía al poemario galardonado en 1968 con el importante Premio Adonais. 

La ciudad es también una especie de estuario donde el bardo inaugura ciertos puertos, ciertos paisajes que en el poema se ofrecen como si edificara desde ese empeño del “ser” la dimensión del otro, es decir, la ciudad.

Vivo en un paisaje / donde el tiempo no existe / y el oro es manso. Y el poeta de paso lento, y mirada profunda como los amaneceres de su país, apoyado en su esposa María Lidia, aquella noche; se había sentado frente a mí, alrededor de una  pequeña mesa, en las inmediaciones de una librería donde se presentaría mi libro. Habíamos quedado en encontrarnos en La Habana en los meses venidero para compartir nuevos espacios. Me confesó que debían realizarle una operación en los ojos, que ya no podía leer, y que  prefería venir por la isla en estos meses. Sostuvimos un maravillo diálogo antes del recital de poesía, que concluyó con el intercambio de nuestros libros y la posibilidad de futuros encuentros y así, el abrazo.

Llevaba, en mi equipaje, celosamente guardado, un ejemplo de la edición príncipe de su poemario Un mundo para todos dividido, editado por Casa de las Américas, para que me lo dedicara en algún encuentro, que definitivamente volvió a realizarse durante esos días. La búsqueda del “ser” era para el poeta la verdadera dimensión del poema. Su sencillez y su vida fueron tan abarcadoras como la epifanía que se edifica en cada una de sus obras. La salutación ante el hombre que pasa y busca en la vida esa sabiduría cómplice, nos desgarra la estirpe, el estoicismo de los que buscan un simple lugar del mundo, apartado del mundo, para edificar esos textos que tienen la grandeza de lo genuino y la veracidad del tiempo. Poesía este que marca los pasos del semejante, del  que le acompaña, del que busca en ese bregar los caminos más verdaderos.

Afianzar esos países fueron quizás los motivos para llegar hasta su casa y comenzar a dialogar sobre la fe que imponen las palabras, el desasosiego ante la búsqueda del tiempo. A veces la esperanza / (cada vez más distante) / abre sus largos ramos en el  viento. Nos sacude, nos estremece, nos impone no creer del todo ante la magra realidad. Y de eso también es difícil hablar. Pero yo no puedo hablar de otras realidades que no sea la noticia que llega y me consterna. El poeta Roberto Sosa ha viajado hasta allí, hasta donde el tiempo no existe, hasta el hondón de su Tegucigalpa preciada y se ha quedado en el oro de la noche, después de conocer el mar y la amistad del ángel. Buscará en el cielo de Honduras hoy mismo esas luces para no distanciarte del todo, y quedar en el relente de esas evocaciones que supone una ciudad y los amigos que ya no olvidan, que ahora mismo estarán con él, incluso desde la distancia.

Pero a veces lo más tristes son los nombres y los abrazos que ya no podrán ser, poeta mío, Roberto Sosa, y nos alejamos de tu casa sin comprender que aquella tarde sería la única para decirle adiós, que mientras cerraba su puerta junto a su esposa y le bendecía y yo me aislaba en el coche, no pareciera real que fuera así la forma en que se despiden los poetas. Déjame amigo, leerte ese final memorable: Tegucigalpa./ Tegucigalpa. / Duro nombre que fluye / dulce sólo en los labios.

Ahora amigo mío, poeta mío, tuya es la ciudad para siempre.

Luis Manuel Pérez Boitel (Cuba).
23 de Mayo y 2011

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