sábado, 30 de julio de 2011

LUZ GABRIELA RODRÍGUEZ MUÑOZ

EL DÍA QUE SE FUE DIOMETEO

El que lo llamaran: Oye “cholo hijuep”, (no es axioma del diccionario) lo conquistó por aparentar más de lo que era y de lo que tenía, presumiendo ser “palo grueso”, sabía todo de buena tinta y jamás pecaba de ignorancia;  presumía ser conocido de medio mundo y el otro medio cosmos se estaba perdiendo el privilegio de distinguirlo; con poco o nada de instrucción, figurando ser letrado y de alta alcurnia; con un  pésimo gusto y peor aún tratándose de disgusto, vivió sufriendo del complejo de estar “lleno de lana” o de “guita” (entiéndase dinero) sin tener siquiera donde caer muerto.

Su apariencia mostraba lo que se dice “un cholo con pinta” (compréndase: guapo) a no ser por su prominente delantero (no sexual) que delataba las bielas de cada viernes, la guatita del sábado y el popular encebollado del domingo y aún así, cuán largo se veía.

¡Estaba  ahí! 
Sí, el cholo estaba ahí!
Parecía mentira, pero era Diometeo.

De lejos se divisaban los anillos de 24 y quién sabe cuántos más kilates, coronado con un circón que emula  un diamante de dos mil caras; una cadena, idéntica a la que retiene la furia de mi rottweiler; la abultada billetera de cuero de vaca plastificado con sus mil y una tarjetas mágicas de “palancas influyentes”.

En primera fila varias protagonistas de “Atracción fatal”, “Baby sitter”, “La Dama Tapada”,  “Ultravioleta”, etc, etc., permanecían en silencio guardando simulada compostura, encubriendo sus máscaras detrás de negras gafas, tipo Sophía Lorena.

Atrás estaban los panas del alma, los de chupa, los esbirros, los celestinos del motel de las mil y una estrellas, la manaba que vendía encebollado, el vendedor de revistas de “tercer tipo” y hasta el betunero que no cesaba de mirar con el rabillo del ojo, los zapatos Florshaim, que tantas veces había abrillantado.

A un lado, varias matronas del barrio se golpeaban el pecho, mientras balbuceaban:
¿Le viste los aros?  ¡La billetera la lleva en el bolsillo de atrás!  Murmuraban.
¡La cadena sí que le va a pesar en el camino!  Decía otra.

Un absoluto paréntesis marcó el espacio.
Estuve atenta. Escudriñé todo.
Dos, tres, cuatro gimoteados y uno que otro murmullo rasgaron el silencio al ver ingresar a seis mortales vestidos de gris, cuyos semblantes eran de idéntico color.
Pude leer  sus ojos cuando lo iban trasladando en sus hombros.

Los acompañantes se fueron dispersando. Cada cual tomó su camino.  
Sólo sé que mañana los hombres de gris y sus familias estarán de fiesta.

Luz Gabriela Rodríguez Muñoz (Ecuador).


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