sábado, 30 de julio de 2011

PEDRO PIÑONES DÍAZ

TAMARA

Vi los ojos de la primera muerte:
unos ojos fijos hacia el sol.
La radio decía que …. éramos libres.

La ciudad me decía que no era libre.

Su pelo caía desgreñado
sobre su cara.
Su cuerpo, cortado a balazos.

Vi en esos momentos
cómo se le escapaba la vida:
sus manos, por primera vez,
indecisas, flácidas, tocando el cemento.

Yo no veía su risa,
yo no escuchaba el nuevo sol para el mundo,
que ella anunciaba con orgullo.
Allí, entre bosques y vertientes... se quedó su vida
con los puños crispados.

Ni una lágrima en ese momento,
cascadas de sangre bajaban a la tierra,
su cuerpo estaba frío, mojado por las aguas.
La gente que la miraba, se persignaba.
Nosotros llorábamos en silencio
en ese tiempo de revueltas.

El cielo quiso
que los truenos rompieran la danza macabra.
Y el día mismo fue rompiendo el miedo.

Allí estaba en su primera muerte,
mirando al mundo,
con las manos apretadas,
como susurrando …nada ha pasado…
todo sigue,
nada de lágrimas.

De pie, los amigos,
allí en ese sur ensangrentado,
en ese sur de tiranía.

Sabíamos muy bien
que el catecismo de los traidores
es de miedo y es de muerte.
Por eso te mataron.

Ahora sé que mi camarada
se quedó en la noche.

Ahí comenzó la muerte
y nacieron los poemas, derribando a los injustos,
los poemas a la memoria de un ser justo
que se quedó en la noche,
lanzando estrellas libertarias.

Pedro Piñones Díaz (Chile).


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