martes, 10 de enero de 2012

PAOLA BRADAMANTE


REFLEXIONES NAVIDEÑAS ALGO TRISTES

Se acercan las fiestas de la Navidad y como siempre me pasa en estas ocasiones me pongo algo triste y muy pensativa. Para mí la Navidad nunca fue una fiesta bonita, ni tan siquiera cuando era una niña, a pesar de desearlo con todas mis fuerzas para no ser diferente de los demás niños. Siendo hija única y sin primos de primer grado siempre me sentía muy sola. En mi casa se hacía el árbol, el Belén no, ya que mis padres eran ateos, ellos lo hacían todo solamente para mí, para que me ilusionara, pero un niño entiende demasiado bien cuando algo suena a falso. Un bonito teatro, pero, en fin, un teatro triste. Incluso los villancicos que mis padres y yo escuchábamos con un viejo tocadiscos colocado en la sala de estar parecían de mentira. Mi padre deseaba que los escuchara solamente por motivos lingüísticos, sólo se escuchaban cantos en alemán y mi madre, la pobre, no entendía nada. Esto también era absurdo... Ahora a veces me pregunto qué habrá pensado de todo ello. En mi hogar faltaba la correcta atmósfera, la sincera alegría, el más sano sentimiento navideño. En pocas palabras, todo faltaba. A veces incluso pedía quedarme sola con los juguetes para aislarme de algo que no sentía, para terminar con los festejos inútiles. A veces lo conseguía; recuerdo una ocasión en la que mis padres me dejaron cosiendo trajes para muñecas (tendría unos ocho años) y ellos se fueron a la cocina para cenar sin mí. Una cena modesta, de cada día, nada de navideño y yo cosiendo para las muñecas, una actividad que a continuación dejé, nunca he vuelto a la aguja. No obstante, siempre insistí en la tradición (pagana) del árbol y, en cuanto tuve una edad suficiente, me encargué yo misma de todo ello. Iba primero con mi padre y luego sola a comprar el árbol, lo preparaba con mucha dedicación, encendía las velas el 24 de diciembre y sacaba fotos de todo ello (nunca quise lucecitas, que me parecían aún más falsas) y trataba de crear algo que sencillamente no existía. Desde que mi madre se fue a una residencia en 1998 en mi casa no hago nada, no hay el menor rastro de algo que pueda indicar un festejo de Navidad. Ya anteriormente cada año el árbol se fue reduciendo, cuanto más envejecía mi madre, menor era el tamaño del árbol; llegaba hasta el techo cuando yo era una adolescente, poco a poco compraba uno más bajito, hasta llegar a ser un árbol enano, luego ni tan siquiera quise eso, conformándome con un árbol de florería comprado ya hecho para ahorrar trabajo. Pero siempre rechacé los árboles sintéticos que se abren por Navidad y se guardan. Me parece algo horrible.

Paola Bradamante (Italia).


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