sábado, 16 de enero de 2010

CLEMENCIA CALERO

PEREGRINAJE

Al fondo del camino empedrado, con matorrales a lado y lado, se divisa la pequeña villa. Sus muros blancos brillan como espejos por el golpe de sol que los baña. Cansado, el hombre se detiene a beber un poco de agua.
-¿Qué sorpresa me espera en este lugar? se pregunta desalentado..
Después de un largo peregrinaje alguien le informó que allí se encontraba su mujer. Era una linda muchacha de grandes ojos oscuros y pelo negro como ala de cuervo. Desde que la conoció le produjo una impresión extraña y placentera a un mismo tiempo.
Una tarde al regresar de su trabajo no la encontró. Era algo que solía hacer con frecuencia, pero al pasar las horas la inquietud se apoderó de él, un mal presentimiento embargaba al desesperado hombre. Comenzó a viajar a todos los lugares cercanos donde le decían que la habían visto, hasta embarcarse en largas travesías persiguiendo una quimera.
Sigue caminando lentamente mientras recuerda las pocas veces que la había tomado en sus brazos y el frío de su cuerpo lo obligaba a separarse. A pesar de todo seguía intentando vencer su frialdad algún día.
Faltando muy poco para llegar a la primera calle se desvaneció. Algunos parroquianos lo recogieron, llevándolo a la única posada que existía. La dueña, una mujer regordeta y parlanchina, salió a su encuentro y entre todos lo acostaron. Ella le retiro los zapatos y lo tapó con una frazada de color indefinido, a causa de las muchas lavadas que había soportado quien sabe en cuantos años de uso.
La luz del sol se asomó por la ventana semiabierta. Se incorporó, intentando recordar que hacía en ese lugar.
¿Por dónde debía empezar a buscar a su mujer?
Se metió al baño, necesitaba reanimarse. La ducha estaba tan baja que tuvo que bañarse agachado para no romperse la cabeza. Con dificultad se restregó quitándose el sudor y el polvo acumulados en el viaje.
Buscó a la persona que regentaba el lugar. Apresuradamente le contó el motivo de su visita a la villa. Le hizo una descripción detallada de la muchacha asegurándole que sabía con seguridad que se encontraba allí. El rostro de la posadera se transformó, desapareciendo por completo sus alegres carcajadas.
-Señor es imposible que recuerde a todas las personas que vienen aquí-
-Es que mi mujer no es cualquier persona, es demasiado bella para pasar desapercibida, ¿entiende?
-Entonces puede ser que nunca haya venido, a lo mejor siguió su camino sin detenerse-
-No señora, ella está en este pueblo. Lo que quiero es que me digan en dónde-
-Por favor no me pida un imposible. Hace muchos años nació acá una niña; tenía unos 20 años cuando murió y era igual a la muchacha que usted describe-
-¿Pero cómo? “Mi mujer tiene sólo 25 años. Seguro que ella está acá y usted no quiere decirme- ¿Por qué?
-Mire señor, mejor vaya donde el cura, y pregúntele por Amalia-.
-¿Cuál Amalia? “Ella se llama Gardenia”.
En ese instante pensó que su interlocutora se iba a desmayar. Enojado salió de la posada y fue a la iglesia a buscar al sacerdote. Sin muchos miramientos le dijo:
-Señor cura ¿dígame cual es el secreto que ustedes esconden? -Yo sólo quiero saber que pasó con Gardenia, mi mujer-
-¿Está seguro de querer conocer esta historia?.
-Claro señor, no en vano llevo meses de un lugar a otro preguntando por ella. Esta duda no me deja vivir en paz-
-Entonces escuche lo que le voy a contar:
-Amalia contrajo matrimonio con un anciano muy rico. Se casaron yéndose a vivir lejos de aquí. Al cabo de un tiempo nos enteramos de que el viejo en un arranque de celos la mató y luego se suicidó. -Hace varios meses llegó a la villa una mujer idéntica a Amalia. Sólo la tristeza en los ojos, el profundo silencio y el lento caminar como si flotara en el aire hacían pensar que se trataba de otra. Se alojó en la posada encerrándose en el cuarto, pero al otro día cuando la posadera la fue a llamar encontró el cuarto vacío y ni el menor rastro de la muchacha, lo único que se percibía en el ambiente era un fuerte olor a gardenias. Desapareció tan misteriosamente como había llegado”.
Sosteniendose en el respaldo de un asiento el hombre comenzó a llorar desconsolado.
-¡Eso no puede ser cierto!
-Si joven esa es la verdad, nuestra Amelia es su misma Gardenia”.
Camilo caminaba de prisa, sentía terror de que la mano helada de la mujer lo detuviera.

Clemencia Calero (Colombia).

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