AUTO-EFIGIE: ATESTANDO CONTRA LA PROFESIÓN
Y de tanta hambre…
no hubo más remedio que
comerme el día, y luego
los crepúsculos, los árboles,
los manantiales eternos.
Y las tardes de lluvia
y luces estáticas…
Me comí la noche
y toda sombra
que acaecía.
Luego vino una tremenda
fiebre y dolores temblorosos
que también de hambre
me los comí.
Miré mis dedos en
la oscuridad, húmedos
como el sudario que
tan temprano tenía puesto.
Y el hambre era interminable,
como la de un santo atrapado
en el vértigo de su respiración.
Era la ferocidad de cualquier
animal inocente.
Entonces, se ahuyentaron los
mares y la luna…
mis órganos rugieron
rabiosamente
y la impiedad, se llenó de
gritos y sangre.
Parecía que nunca abriría los
ojos doblegados e insoportables…
El mundo seguía intacto,
y yo, más enfermo que nunca,
en mi aceptada insensatez
de continuar
esta incomprensible
vocación.
Lucevan Vagh Owen Berg (Perú, 1978)
Reside en Perú.
domingo, 28 de marzo de 2010
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