sábado, 26 de junio de 2010

JAVIER MORÁN SOLANO

EL ESCRITOR DE SOCIEDAD

La sociedad es el contexto y las personas los personajes. El escritor observa el suceso y lo convierte en motivo literario. A veces es un hecho periodístico o susceptible de serlo. El escritor toma protesta al tema en cuestión, e inicia una indagatoria a modo de inspiración. Recurre a la reflexión, al análisis, a la verificación, a la causal de interés, entre otros aspectos.
Indaga, verifica, interpreta, decide, define y adapta un fragmento de lo observado, llegando así a las simbólicas fronteras entre el periodismo literario y el realismo mágico. Estos primos-hermanos se parecen tanto que su diferencia familiar radica en que el primero engendra un producto cultural que contiene uno o varios géneros periodísticos, entretejidos en una atmósfera de fiel objetividad del tema asumido.
El segundo tiene la costumbre de adoptar un acontecimiento verídico para aparearlo con la magia de la fantasía. La intención de dichos parientes, aunque con diferentes métodos, persiguen iguales fines: Un retrato de la realidad social.
Tanto el escritor novel como el consagrado, en amistad con los parientes citados, se convierte en trabajador social. Se enfrenta a su propia trama, pues de manera directa o indirecta, lo ocurrido en la comunidad le hace intervenir por derecho propio. Como hijastro de la sociedad, el escritor se amamanta de historias ocurridas en ella y anota en su diario confidencias dispuestas a nuestro alcance.
En la literatura social y de realismo mágico, el escribiente hace notar la denuncia popular al exponer una crítica en sus relatos y novelas. El artista anota parte de la biografía social por debajo de la mesa, o sin ningún tapujo. La comunión entre narrativa y conflicto recrea al lector escenarios de su entorno, documentando su propia historia. Y así el trabajador social de las letras es también historiador.
En la obra “Noticia de un secuestro” del colombiano Gabriel García Márquez, la privación ilegal de la libertad que protagoniza el libro, libera, en la lícita voluntad del nobel, una crónica enseñanza sobre el tema tanto en la correlación testimonial-reporteril como en la delictiva-poder político.
Al revisar el “Llano en Llamas”, de Juan Rulfo, advertimos como el autor dibuja con palabras la opresión, la inseguridad, la violencia y la nostalgia en el campo mexicano. No son solo ambientes depresivos a raíz de una vasta imaginación, sino genuinas y rurales existencias.
Por motivación de los dos genios ya nombrados, un servidor se aventura en “Los Decires de la Casa” a explorar el sentimiento militarizado de Palemón Pintado, exteniente del ejército que se aparta del regimiento al saberse portador de VIH. Milicia y religión, se adjuntan en anécdotas familiares que aparentan ser el argumento central de la novela. Inspirada en un caso verídico, el realismo mágico pasa lista de asistencia en este trabajo.
Literatos como Carlos Fuentes -en “La Muerte de Artemio Cruz”- nos han ambientando con solemnes momentos del México post-revolucionario; o como Mario Vargas Llosa, que en su novela “La Fiesta del Chivo” retoma los albores sexagenarios de la República Dominicana, cuyos devenires de transición democrática se transportaron al cine en lo posterior.
Se terminan las anónimas charlas una vez que los rumores se editan y se aclaran, cuando salen de la imprenta.
El escritor informa sobre sí mismo al comunicar sobre y para la sociedad lo concerniente a todos. Esparce en el público el germen de la crítica constructiva y transfiere su humanidad a líder de opinión. Casos como el de Julio Cortázar quien trabajó como traductor y revisor de la UNESCO -organismo que, dicho sea de paso, ha implementado cuantiosos empeños con escritores en lenguas indígenas para preservar los idiomas nativos- prueban el vigoroso nexo de los autores con el mundo.
El escritor de sociedad no se obsoleta por la inagotable necesidad de manuscribir su ambiente vivencial. No se conforma con “dejar hacer, dejar pasar” -como pregona el lema del liberalismo económico de Adam Smith-.
Su temperamento indócil es reflectado en la naturaleza de sus obras. Sus realizaciones son marco de referencia para la clase política y aburguesada, que suele tentar a la hermandad intelectual con dádivas doble intencionadas o compromisos disfrazados de patrocinios.
Divulgar acontecimientos sociales ha irritado a más de uno. Escritores han perdido la vida al ejercer su libertad de expresión. Uno de muchos ejemplos lo encarnó la autora nacida en Barcelona, Alaíde Foppa, secuestrada el 19 de diciembre de 1980. La atrocidad ocurrió en Guatemala y su cuerpo nunca apareció.
En entrevista con el diario mexicano Excélsior y difundida al año siguiente de su desaparición, la que también fuera catedrática de la UNAM expresaba, en franca alusión a la efervescencia guatemalteca: “Llegué en vísperas de la revolución democrática de 1944; viví en pocos meses ese estado de angustia y opresión que ahora se ha renovado y está cada vez peor. Fue la primera vez que sentí a la gente, el miedo, la angustia, la enorme injusticia social, la pobreza, la explotación del indio.
Para mí fue impactante. Comprendí que de alguna manera yo tenía que participar de todo aquello”. Y al ponerse en intelecto servicio de aquel pueblo, Alaíde Foppa sufrió las consecuencias. Entonces ¿qué hacer frente al tirano que enmudece la comparecencia de las ideas?, ¿se podría justificar la autocensura de un escritor?, ¿hasta dónde vale la pena arriesgarse? Detallar con precisión las posibles respuestas podría resultar controversial.
Escritores han hallado cobijo en el centro PEN, organismo independiente que ayuda a los autores perseguidos en todo el mundo. Sigue la pista y apoya a los creadores encarcelados, amenazados, torturados, secuestrados y asesinados. La labor de ayuda corre a cargo de un comité expreso para tal efecto.
Este comité colabora con la Organización de las Naciones Unidas y órganos de Derechos Humanos para tutelar las defensas de autores y comunicadores en diversos países. Y es que el escritor social promueve otro orden de pensamiento. Es un concentrador de elementos relativos a hechos de la vida que no deben pasarse por alto. Sucesos incotidianos que nutren e interactúan con la memoria histórica. Nunca es demasiado el tiempo transcurrido ni tan grande el espacio en la hoja, para rescatar y recontar lo sucedido.
Como puede verse, la figura polivalente del escritor tiene varias aristas. Un veloz recapitular de este personaje nos presenta a un ser multifacético:
escritor, al ejercer el arte de escribir,
periodista, al averiguar y plasmar lo noticioso,
trabajador social, al ponerse al servicio de las personas,
historiador, al ampliar, corregir y documentar su contexto,
y líder de opinión, al influir con sus juicios en la inclinación de la gente.
Por lo tanto, las ideas de este ser reseñado son apreciadas por la colectividad y referidas como soporte para la toma de decisiones. La necia necesidad de transcribir lo observado nunca cesa. Es una congestión ideática de la mente, un desgarre caligráfico del alma, un impulso prenatal, un reflejo de la mano en la pluma. Con el telar de estas metáforas, se confecciona un casimir que bien puede usar el escritor o el periodista, pues ambos individuos son de la misma talla.
Ninguno ni nadie amerita ser presa de la expresión. La sensibilidad del que escribe se nutre con el tácito pacto entre sí mismo con el ciudadano, para convertirse en agente de cambio. Es una responsabilidad espontánea e imperecedera que le anima a buscar la próxima odisea que contar.
El escritor de sociedad atiende los dictados de su raza, rehace sus actos en la escenografía de un texto, y opta por el realismo mágico o el periodismo literario, para certificación oficial de los lectores.

Javier Morán Solano (México).

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