EL CONTRABAJO
Estábamos en los comienzos de la década de 1940, allá en la histórica ciudad de Chillán. El profesor de música don Roberto Saldías supo que un alumno del liceo, Carlos Valenzuela, había estudiado el difícil arte de los pentagramas, arpegios y demás técnicas del oficio, así es que un día le preguntó si tenía interés en integrarse a la Orquesta de Cámara que él estaba organizando.
- ¿Y qué instrumento le gustaría tocar, Valenzuela?
- Me agradaría el violín o la viola, contestó el aludido.
- Lamentablemente tengo varios candidatos para esos instrumentos y sólo está vacante el puesto de contrabajo. Si le interesa, es suyo.
Así comenzó la etapa orquestal para Carlos. Por varios años participó en conciertos dirigidos por el profesor Saldías, complaciendo al público culto de la localidad.
Pero, de pan vive el hombre y Carlos debió tomar otros rumbos para ganarse la vida y se fue a trabajar para una gran compañía en la zona austral del país.
Unos veinte años después, de paso en la ciudad natal de Chillán, Carlos decidió visitar a su recordado maestro Saldías. Sabía la dirección y tocó el timbre.
Se abrió la puerta y allí apareció el señor Saldías, más envejecido por cierto.
- Buenos días, don Roberto. ¿se acuerda de mí? yo soy Carlos Valenzuela Guevara. El viejo maestro le miraba sin pestañear y dijo:
- Carlos Valenzuela…¡ese hombre está muerto…!
Mi hermano sonrió a carcajadas y más amistoso insistió:
- ¡No…no…no! Si ese soy yo y puede ver que estoy aquí vivo frente a usted. Esto es un error y alguien le dio la información falsa.
El maestro no se inmutó y pausadamente le dijo:
- No señor, no estoy equivocado. Hace muchos años existió en esta ciudad un joven músico con talento llamado Carlos Valenzuela Guevara. Tocaba el contrabajo como nadie pudo antes. Se fue un día para no volver nunca más y para todos nosotros, él dejó de existir.
Carlos Valenzuela murió, y con él, también la Orquesta de Cámara porque nunca más pudimos hallar otro contrabajista. Por eso, señor, es que le digo que ¡usted está muerto...!
La pesada puerta se fue cerrando lentamente. Mi hermano estaba mudo. No había nada más que decir.
Se fue caminando por las disparejas veredas de la terremoteada ciudad, en direccción a la estación de ferrocarriles.
Iba pensando…pensando…su cuerpo material estaba caminando ahora, pero ante los ojos del profesor Saldías, su espíritu artístico había muerto veinte años atrás.
FRANCISCO VALENZUELA GUEVARA
(Chile, 1931). Reside en Canadá.
sábado, 14 de noviembre de 2009
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