INTIMIDAD MEXICANA
Sabíamos que Dios nos miraba con reproche pero igual lo hicimos. El viento seco y negro, la noche cálida, nuestras ansias anhelantes, prácticamente nos empujaron el uno al otro. A pesar de los candados leales y enmohecidos con que tapiamos la vieja puerta esmirriada, no ignorábamos que mi apergaminada madre igual nos estaba oyendo, a través de las muchas rendijas del muro apolillado, mientras que Dios también nos escuchaba con oído reprobador, en tanto que el camastro de vil madera crujía y crujía, gritando nuestro pecado.
Si no fuera por el frescor de su hermosura, yo no habría resistido tantísima culpa y me habría ido corriendo, hace un buen rato ya, pero el fuego de su cuerpo moreno me mantenía ahí. Me mantenía muy apretado a sus costados, apretado, apretado, como si yo no fuera yo, sino ella.
Mi madre tosió una vez más en la pieza vecina. Nos quedamos como electrificados. Calladitos, calladitos, mas la pasión que nos enceguecía, que nos ponía locos, pudo más que nosotros y a pesar de las toses sin ganas de la anciana y a pesar de Dios que nos escuchaba, lo hicimos igual. Lo hicimos hasta el final. Hasta que no pudimos más. Total para eso nos habíamos encerrados ahí pues.
AMORES DE DIOSA (copiando a Monterroso)
Ayer, Afrodita rechazó mis avances. Desesperanza.
OSVALDO AHUMADA ESPINOSA
(Chile, 1947). Reside en Bélgica.
sábado, 14 de noviembre de 2009
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