sábado, 14 de noviembre de 2009

RUTH PÉREZ AGUIRRE

LA BAILARINA

Desde el primer momento en que la vi, quedé prendado de su belleza. Tan blanca, tan natural, con un rostro impactante y una figura graciosa; un porte distinguido, un cuello largo, marmóreo; su cabello rojizo, recogido en un chongo… No dudé ni un momento de seguirla. Me di cuenta que iba a su clase de ballet porque portaba un tutú sobre los pantalones. Al llegar a la escuela yo no entré, por supuesto; me quedé afuera. Crucé la calle para refugiarme a la sombra de un árbol que estaba cerca de ahí.
Esperé con impaciencia a que saliera. Ella reía; sí, reía feliz mientras platicaba con unas compañeras, que al igual que ella, salían sofocadas a consecuencia del ejercicio. Sus mejillas parecían pintadas por una grana, rojas, brillantes.
Cuando llegó a su casa, me escondí atrás de un árbol y desde ahí descubrí que su recámara quedaba justo enfrente. De pronto se asomó al balcón, aspiró el aire y alzó los brazos contenta. Se había soltado el cabello y este le caía debajo de los hombros como una cascada de fuego. Después de mirar a uno y otro de la calle entró al cuarto. Tardé en verla de nuevo, con seguridad había tomado un baño porque salió con la cabeza envuelta en una toalla.
Había bastado sólo un instante para que me enamorara de ella. Ya no quería alejarme de ese lugar para no dejarla de mirar. Ella entró de nuevo. Tuve que esperar mucho mientras caía la noche. De pronto, vi luz en su ventana y me escondí muy bien entre el follaje, esperando verla. ¡Y así fue! Desde esa altura alcancé a ver todo el interior del cuarto, y a ella, que iba y venía haciendo algo.
Ya tarde apagó la luz del techo y sólo quedó encendida la lámpara de su buró. Leía, leía… y yo aguardaba, arrobado de amor ante la complacencia de tanta belleza. Al fin apagó la luz, y por un instante quedó todo a oscuras. La luna entró sin permiso por la ventana, iluminando de plata el interior. Las sábanas lucían más blancas aún; la seda áurea de su camisón reflejaba complacida la brillantez de la luna. ¡Oooh! Era tan bella, mi bien amada, que de inmediato salí del árbol y subí al balcón. La ventana permanecía abierta y pude contemplarla en todo su esplendor. Su cabeza se encontraba recostada en una almohada de encaje, y su cabello esparcido en suaves rizos.
Miré a la luna con un gesto de agradecimiento. Contemplé aquel cuello un momento más, y entonces volé hacia él para hincarle mis colmillos.

RUTH PÉREZ AGUIRRE
(México, 1954). Reside en México.

1 comentario:

  1. Ruth Pérez nos tiene acostumbrados a la "buena letra". Ya sea en verso o prosa, su talento se desborda sin trabas para llegar y encantar a sus lectores. ¡Felicitaciones Ruth!

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